lunes, 20 de agosto de 2007

verdad, solidaridad y política

La Union of Concerned Scientists está integrada por científicos que combaten las interferencias del gobierno en la investigación y, para apoyar sus fines, acaba de conceder un premio a la viñeta que mejor defiende la integridad de la ciencia.

A estas alturas de la película la noción de verdad causa más sonrojo que admiración. Se han cometido tantas tropelías por gentes que decían tener razón y, en consecuencia, actuar en nombre de la verdad, que ya estamos todos un poco cansados de la gente demasiado visionaria y, probablemente, de la demasiado inocente. Quizás por ello y también por las multiples maneras de oscurecerla o simplemente de destruirla que descubrimos cada día. Tal vez porque sólo sirva para amparar objetos sencillos (sin historia, sin sentimientos, sin hibridación) o tal vez porque ya nadie la crea necesaria, el caso es que la Union of Concerned Scientists ha otorgado su premio Science Idol a una viñeta de Jesse Springer que muestra a un investigador y a un gestor científicos retirando la basura y escombros que impedían ver la verdad. Veámosla con detenimiento.




¿Ingenuo? ¿Demasiado americano, como a veces se dice por Europa? Puede ser. Tampoco faltará quien se apresure a calificar de electoralista (a favor de los demócratas) la decisión del jurado. Sorprende, sin embargo, que las otras viñetas finalistas redundan en el mismo mensaje. Todas están denunciando las muchas interferencias entre ciencia y política. Sus autores parecen estar reclamando (¿es sólo nostalgia?) un estatuto de pureza (ilustrada) para la ciencia que ven amenazado y que consideran un legado que nuestra sociedad no puede dilapidar.

Siempre hubo interferencias, pero los convocantes del premio creen que no estamos haciendo lo suficiente para combatir esta esta lacra social. Luchan para que no nos acostumbremos a la retórica que quiere presentarnos como inevitables las muchas formas de corromper los dictámenes que regulan la calidad de los alimentos, de las medicinas o del medio ambiente. De hecho, para que la toma posición de la Union of Cocerned Scientists no parezca meramente táctica (luchar contra Bush), vienen acumulando desde hace tiempo una lista impresionante de casos bien documentados -A to Z Guide to Political Interference in Science- que, cuanto menos, muestran la falta de diligencia de los responsables de las agencias de control para contrarrestar los poderosos intereses que movilizan las grandes corporaciones.












La viñeta es sencilla y contundente. Lo que nos cuenta es que la verdad sale de una operación de higiene pública y no de un laboratorio, e insinúa que el trabajo de limpieza lo tienen que hacer los gobernantes y los investigadores. No se si lo entendí bien, pero aquí no sólo se está arremetiendo contra los que mandan, también se está defendiendo un nuevo pacto social por la ciencia que rescate los viejos compromisos entre el estado y la academia.

Lo podemos decir de varias maneras y, como tantas otras veces, lo haremos de la mano de Bruno Latour. La cultura de la Ilustración fabricó la retórica de que la ciencia podría ahorrarnos los enredos de la política. Su plan era brillante: se trataba de crear instituciones basadas en un conocimiento tan sólido como incuestionable. Los políticos entonces sólo tendrían que aguardar a que los investigadores acabaran su trabajo y, después, actuar en consecuencia. El ministerio o el parlamento no eran, en este esquerma, más que una prolongación del laboratorio y del aula. La idea no es mala, pero tiene un fallo irreparable: la investigación, tal como de verdad se hace, tiene poco que ver con esa imagen mítica de la ciencia. Más aún, es urgente distinguir entre investigación (el día a día de los científicos) y ciencia (la sublimación que arrebató a los ilustrados).

Y es que el conocimiento objetivo es otro mito. Lo explicaré con pocas palabras. Sin duda, los científicos saben cómo objetivar sus asertos, pero para lograrlo necesitan mucho tiempo y muchos recursos. Dos circunstancias que no se pueden garantizar cuando hay urgencia y cuando los problemas son muy complejos, como sucede con las vacas locas, los residuos radiactivos, el calentamiento global o la gripe aviaria. Tales objetos tienen tantas ramificaciones disciplinarias, políticas y mediáticas que es imposible meterlos en el laboratorio y, fuera de él, la objetividad se torna prácticamente imposible.

No es sólo que los hemos construido (nos los representamos) como problemas sociales en los que es muy difícil separar hechos y opiniones, es que además sería absurdo querer resolverlos a golpes de experimentos y artículos. Y si así fuera, si nos empeñáramos en tirar de probeta, no hay que olvidar se trata de experimentos colectivos y planetarios en los que todos estamos insertos. Este tipo de objetos híbridos hacen muy evidentes las diferentes incertidumbres a las que nos enfrentamos y a las que hemos de acostumbrarnos. Son, explica Latour, de tres tipos: una, la provocada porque los científicos no pueden concluir; dos, la que se origina cuando los políticos no saben qué hacer; y tres, la que aparece si los públicos no encuentran a quién creer.

Así que, en medio de la incertidumbre, hay la posibilidad de que emerja, como ocurre entre cualquier comunidad de afectados, una solidaridad ante el riesgo que enfrentamos. Volvamos por fin a la viñeta. En efecto, lo que queríamos decir es que falta el público. Sin las complicidades de la ciudadanía, la verdad que aflora no estará vinculada a un proyecto emancipador. Será una verdad fría, más tecnocrática que democrática.
14:12 | gestionado por Antonio Lafuente |

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