lunes, 20 de agosto de 2007

el giro amateur

Se ha puesto de moda decir que Internet es la tumba donde pronto yacerá nuestra cultura y civilización. Quienes se atreven con condenas de tan grueso calibre, se adornan con los atributos que distinguen a la gente seria y sensible y afirman estar aburridos por la chabacanería que circula por las redes. El problema es que no entienden el descentramiento del mundo al que asistimos.

En la web 2.0 se abarata y simplifica al máximo la tarea de escribir, editar y publicar. Así, cualquiera puede abrir un blog y convertirse en autor y crítico. En algunos casos, los blogueros pueden alcanzar enorme popularidad y hasta mucho dinero si admiten publicidad en la columna derecha de su escaparate en la web. Popularidad y autoridad no son lo mismo, como sabe cualquiera que coteje las listas de libros más vendidos y las compare con los títulos que son reseñados en los suplementos literarios de la prensa diaria. La popularidad es fabricada por las agencias de marketing y las empresas de comunicación, mientras que la autoridad se construye en las instituciones públicas. Pero este esquemilla parece estar haciendo aguas por todas partes y no cabe duda de que internet está contribuyendo a que una y otra se confundan.


Hay mucha gente que ve en esta deriva una amenaza para nuestra forma de entender la vida pública. Todos los día sale alguien en defensa de los expertos, los canon, las jerarquías, los estándares, los tribunales y las cátedras, siempre argumentando que necesitamos crear referencias, veracidad, orden, excelencia y, en una palabra, virtud. No hay medias tintas: la cultura de los amateur y su reinado en la red es calificada de mediocre, falaz, ordinario e insidioso. La blogosfera es desdeñada como un mundo habitado por voyeur, narcisistas y gentes que aprenden a fisgonear en silencio.

El penúltimo en salir a la palestra ha sido Andrew Keen, quien acaba de publicar un libro rabioso que resume todos lo prejuicios mencionados con el título The Cult of the Amateur: How Today's Internet is Killing our Culture and assaulting our Economy. No se hace ningún aprecio del proceso que convierte a los clientes en usuarios y que está modificando la estructura del mercado y de las instituciones, favoreciendo unas relaciones más horizontales entre los dos lados de cualquier transacción, ya sea mercantil, ya sea simbólica. Todo eso de la sabiduría de las multitudes o de la larga cola le parecen zarandajas. Para Keen cada vez que alguien consulta la Wikipedia está amenazando el negocio tradicional de la información. De la misma manera, la crítica de libros o el comentario político está dejando sin empleo a los profesionales del ramo y acabarán arruinando el noble oficio del periodismo.

Lo de la música y la cultura P2P le pone de los nervios y no ahorra acusaciones contra todas esas nuevas prácticas (intercambiar canciones o películas bajadas de la red) que están poniendo en peligro la supervivencia de las grandes productoras de contenidos, desde la Enciclopedia Británica a la industria de Hollywood. Google es calificada de parásito, pues sus beneficios en 2005 de 1,5 billones (españoles) de dólares los obtuvo, a juicio de Keen, sin crear nada. Wikipedia es la sima del caos, una empresa donde gentes sin credenciales escriben lo que quieren sin control ninguno. Lessig, el inventor de las licencias Creative Commons, es presentado como si fuera una peligrosa hibris entre el rudo Stalin y la cándida Alicia.

Quienes vengan leyendo este blog, aunque sea ocasionalmente, saben que estoy en las antípodas de Keen. Su libro adopta la retórica característica de los expertos (rigor, suficiencia, autoridad), pero lo cierto es que está publicado en una editorial menor y que su contenido está lleno de errores (¿dónde se quedó el peer review que tanto defiende?) que Lessig ha criticado, abriendo incluso una wiki, The Keen Reader, para que cualquiera pueda agregar nuevos fallos y críticas al contenido. Lo más sorprendente de la posición de Keen es su desconocimiento de cómo funciona la economía, incluyendo un sorprendente desdén hacia la noción de eficacia (Google, Amazon, eBay y Wikipedia, por ejemplo, serían empresas que ofrecen los mismos servicios que otras organizaciones previas, pero más barato, más rápido y, en definitiva, más eficientemente). Tampoco es un fallo menor haber ocultado numerosos estudios -publicados en revistas prestigiosas, como la propia Nature- que prueban que la calidad media de las entradas en Wikipedia es comparable, si no mejor, que la ofrecida por la Enciclopedia Británica.

Podríamos seguir por esta vía, pero no hacen falta más argumentos para cuestionar esta especie de añoranza de la cultura de elite, de sus creadores y de sus consumidores. Ya hemos comentado otras veces la enormemente difícil que están teniendo las industrias de la cultura para adaptarse a las nuevas tecnologías. Si se quiere atacar internet y todo lo que representa la web 2.0, no es difícil encontrar aliados entre escritores, intelectuales o artistas, y mucho menos entre los editores, los productores, los distribuidores y los gestores de derechos. En conjunto se trata de una constelación de colectivos que siguen venerando la creencia en que la cultura surge en la intimidad de algún cerebro genial y, con una idea tan simple y anticuada, tienen engatusados a ministros, profesores y, lo peor de todo, a ese ejército de creadores anónimos y no mediáticos (la inmensa mayoría) que nunca podrían vivir de la supuesta protección que otorgan las leyes de la propiedad intelectual.

Decimos esto porque Keen milita en las filas de los que creen que la cultura de pago es mejor que la gratuita y por eso nunca merecerán su confianza iniciativas como Creative Commons, un instrumento jurídico que permite a los creadores que lo deseen ceder al dominio publico todos o una parte de los derechos que las leyes del copyright le reconocen. Pero Keen no es más que la punta de un iceberg. Hace unas semanas, The Atlanta Journal Constitution decidió cancelar la sección de crítica de libros dado que la gente parecía más proclive a dejarse orientar por lo que encontraba en la red que por lo que decían sus críticos (profesionales).

Llovía sobre mojado, explica Art Winslow en The Huffington Post, porque son muchos los periódicos (Los Angeles Times, San Francisco Chronicle y Chicago Tribune, entre otros) que están revisando su estructura y suprimiendo o reduciendo la extensión de las secciones tradicionales. La reacción no se hizo esperar y el National Book Critics Circle, la organización que agrupa a los críticos profesionales, comenzó a publicar un blog Critical Mass y promover una campaña en defensa de la crítica de libros. Se han escuchado muchas opiniones y la mayoría convergen en la convicción de que la desaparición de la crítica profesional (no la que es comprada por las editoriales, ni la que es superficial o meramente laudatoria) pone en peligro la supervivencia misma de la literatura. Los propios escritores quedarán perdidos en el océano de la información miscelánea. La cultura entonces será un erial: bits de cualquier cosa, quedando libre todo el camino para que las grandes corporaciones editoriales imponga su ley de hierro.

El debate sigue vivo y todos los críticos (muchos de ellos, escritores de culto) están aportando su grano de arena a este descentramiento que, al parecer, les pilló por sorpresa. Y, de nuevo, como hizo Keen, se habla de la necesidad de estándares o referencias y se pide encarecidamente la existencia de gentes capaces de establecer conexiones entre lo que se escribe y lo que pasa, sensibles al pulso de los tiempos, expertos en establecer diagnósticos afinados. Y sí, se aboga por impedir que la cultura de elite sea arrasada por ese tsunami (la revolución amateur) que, según explicó Richard Schickel en Los Angeles Times, conforman el matrimonio entre la ignorancia y la vanidad que es Internet. El mensaje está claro: sin críticos no hay literatura y sin expertos no hay civilidad.

Hay posiciones para todos los gustos. Conforma avanza el debate parecen claras un par de ideas: primero, que hay que distinguir entre críticos y reseñistas, pues los segundos no gozan de mucho crédito, ya sea porque solo escriben para agradar a sus jefes, ya sea porque les falta verdadera voluntad de sostener el mundo contra la vulgaridad imperante. Esta es la idea que defendió Cynthia Ozick en Harper's, un texto muy comentado y que admitía la urgencia de extender el desdén que se aplica a los críticos espontáneos de la red, los amateurs, a la mayoría de los reseñistas de prensa pues, como se explica en Conversational Reading y en The Art of Fiction, cada vez quedan menos críticos capaces de hacer bien su tarea.

La segunda idea que flota en ambiente, resumida tiene que ver con la necesidad de inventar (si es que no existe ya) una forma compartida de presentar las ideas, esta al menos es la tesis que sostienen Sven Birkerts en Lost in the blogosphere. Es verdad que los blogs son un espacio para la provocación, un ámbito demasiado experimental y fluido, donde la divergencia y la controversia son amparadas por la tecnología que los sostiene. Es verdad también que el blog medio no resiste el análisis más exigente, pero esto ocurriría con cualquier otra actividad humana. La excelencia es rara avis. Sin embargo, hay muchos blogs de crítica literaria que son excelentes. Negar esta realidad es tan absurdo como reaccionario. Quien quiera comprobarlo puede acudir, entre otros, a los muy elogiados The Elegant Variation, Bookslut, Maud Newton, Beatrice y Sintax of Things.

Internet ha cambiado para siempre lo que entendemos por cultura. La disolución de las fronteras estrictas entre saber experto y saber profano, unida a la proliferación de nuevos espacios de interacción social y de producción de autoridad, está modificando los valores que sostienen los intercambios sociales, económicos y políticos. Los nostálgicos de lo antiguo, lo vertical, lo normalizado y lo impreso tendrán que adoptar un gesto menos reactivo y, desde luego, yerran quienes quieren hacerle a Internet un juicio sumario por los muchos errores que contiene. Tal actitud es disparatada y extravagante. A nadie se le ocurre decir que es un parásito social la empresa que produce las guías de teléfonos, como tampoco que habría que expurgar de la Biblioteca Nacional todos los libros que contienen afirmaciones erróneas.

Decir que nuestro mundo, o la literatura, exigen un centro al que referir los gustos, donde contrastar los datos y para filtrar las opiniones, es una idea tan desconcertante como inocente. El giro amateur en la cultura, coincidente con el giro ciudadano en política, es una de las muchas maneras de describir el proceso que hará que la política y la cultura dejen de ser un negocio controlado por unos cuantos familias aferradas a un mundo de clientes y votantes.
15:15 | gestionado por Antonio Lafuente

verdad, solidaridad y política

La Union of Concerned Scientists está integrada por científicos que combaten las interferencias del gobierno en la investigación y, para apoyar sus fines, acaba de conceder un premio a la viñeta que mejor defiende la integridad de la ciencia.

A estas alturas de la película la noción de verdad causa más sonrojo que admiración. Se han cometido tantas tropelías por gentes que decían tener razón y, en consecuencia, actuar en nombre de la verdad, que ya estamos todos un poco cansados de la gente demasiado visionaria y, probablemente, de la demasiado inocente. Quizás por ello y también por las multiples maneras de oscurecerla o simplemente de destruirla que descubrimos cada día. Tal vez porque sólo sirva para amparar objetos sencillos (sin historia, sin sentimientos, sin hibridación) o tal vez porque ya nadie la crea necesaria, el caso es que la Union of Concerned Scientists ha otorgado su premio Science Idol a una viñeta de Jesse Springer que muestra a un investigador y a un gestor científicos retirando la basura y escombros que impedían ver la verdad. Veámosla con detenimiento.




¿Ingenuo? ¿Demasiado americano, como a veces se dice por Europa? Puede ser. Tampoco faltará quien se apresure a calificar de electoralista (a favor de los demócratas) la decisión del jurado. Sorprende, sin embargo, que las otras viñetas finalistas redundan en el mismo mensaje. Todas están denunciando las muchas interferencias entre ciencia y política. Sus autores parecen estar reclamando (¿es sólo nostalgia?) un estatuto de pureza (ilustrada) para la ciencia que ven amenazado y que consideran un legado que nuestra sociedad no puede dilapidar.

Siempre hubo interferencias, pero los convocantes del premio creen que no estamos haciendo lo suficiente para combatir esta esta lacra social. Luchan para que no nos acostumbremos a la retórica que quiere presentarnos como inevitables las muchas formas de corromper los dictámenes que regulan la calidad de los alimentos, de las medicinas o del medio ambiente. De hecho, para que la toma posición de la Union of Cocerned Scientists no parezca meramente táctica (luchar contra Bush), vienen acumulando desde hace tiempo una lista impresionante de casos bien documentados -A to Z Guide to Political Interference in Science- que, cuanto menos, muestran la falta de diligencia de los responsables de las agencias de control para contrarrestar los poderosos intereses que movilizan las grandes corporaciones.












La viñeta es sencilla y contundente. Lo que nos cuenta es que la verdad sale de una operación de higiene pública y no de un laboratorio, e insinúa que el trabajo de limpieza lo tienen que hacer los gobernantes y los investigadores. No se si lo entendí bien, pero aquí no sólo se está arremetiendo contra los que mandan, también se está defendiendo un nuevo pacto social por la ciencia que rescate los viejos compromisos entre el estado y la academia.

Lo podemos decir de varias maneras y, como tantas otras veces, lo haremos de la mano de Bruno Latour. La cultura de la Ilustración fabricó la retórica de que la ciencia podría ahorrarnos los enredos de la política. Su plan era brillante: se trataba de crear instituciones basadas en un conocimiento tan sólido como incuestionable. Los políticos entonces sólo tendrían que aguardar a que los investigadores acabaran su trabajo y, después, actuar en consecuencia. El ministerio o el parlamento no eran, en este esquerma, más que una prolongación del laboratorio y del aula. La idea no es mala, pero tiene un fallo irreparable: la investigación, tal como de verdad se hace, tiene poco que ver con esa imagen mítica de la ciencia. Más aún, es urgente distinguir entre investigación (el día a día de los científicos) y ciencia (la sublimación que arrebató a los ilustrados).

Y es que el conocimiento objetivo es otro mito. Lo explicaré con pocas palabras. Sin duda, los científicos saben cómo objetivar sus asertos, pero para lograrlo necesitan mucho tiempo y muchos recursos. Dos circunstancias que no se pueden garantizar cuando hay urgencia y cuando los problemas son muy complejos, como sucede con las vacas locas, los residuos radiactivos, el calentamiento global o la gripe aviaria. Tales objetos tienen tantas ramificaciones disciplinarias, políticas y mediáticas que es imposible meterlos en el laboratorio y, fuera de él, la objetividad se torna prácticamente imposible.

No es sólo que los hemos construido (nos los representamos) como problemas sociales en los que es muy difícil separar hechos y opiniones, es que además sería absurdo querer resolverlos a golpes de experimentos y artículos. Y si así fuera, si nos empeñáramos en tirar de probeta, no hay que olvidar se trata de experimentos colectivos y planetarios en los que todos estamos insertos. Este tipo de objetos híbridos hacen muy evidentes las diferentes incertidumbres a las que nos enfrentamos y a las que hemos de acostumbrarnos. Son, explica Latour, de tres tipos: una, la provocada porque los científicos no pueden concluir; dos, la que se origina cuando los políticos no saben qué hacer; y tres, la que aparece si los públicos no encuentran a quién creer.

Así que, en medio de la incertidumbre, hay la posibilidad de que emerja, como ocurre entre cualquier comunidad de afectados, una solidaridad ante el riesgo que enfrentamos. Volvamos por fin a la viñeta. En efecto, lo que queríamos decir es que falta el público. Sin las complicidades de la ciudadanía, la verdad que aflora no estará vinculada a un proyecto emancipador. Será una verdad fría, más tecnocrática que democrática.
14:12 | gestionado por Antonio Lafuente |

Las incertidumbres del cambio climático

Hay muchos lectores de este blog preocupados por la incertidumbre en las predicciones del cambio climático ¿Por qué esa preocupación?

La preocupación es un resto a eliminar de un paradigma mental periclitado ya. Es el paradigma que quiere certezas, aunque esas certezas sean falsas. Es el paradigma que llevó a los seres humanos a buscar las religiones, mensajes de un 100% de certeza, un 100% falsos. Es el paradigma que lleva a algunas personas a creer en el milagro de una curación por intercesión fuera de la naturaleza.

Es un paradigma estimulado por dos siglos de ingeniería, que ha puesto en marcha un conjunto de elementos innaturales, las máquinas, que son lineales, reversibles y predictibles.

Pero la naturaleza, y lo que la estudia, la ciencia, no son seguras, no son predictibles al 100%. En la naturaleza, y en la buena ciencia solo se pueden dar probabilidades. Pero son probabilidades reales, no certezas virtuales. Una intervención milagrosa, que no se da nunca ,salva a un enfermode cancer con un 100% de probabilidad. Una quimioterapia, que salva realmente a los enfermos, lo hace con probabilidades de l 70, 80 y 90%, pero jamás con un 100% de probabilidad.

Las predicciones climáticas son inciertas. Bien ¿y qué? ¿Pasa algo? Las predicciones climáticas nos indican el camino del clima y los rangos de incertidumbre. Puesto que tenemos estos rangos, podemos tomar las precauciones necesarias. Estas precauciones pasan por cambiar el paradigma energético. Si el cambio a energías renovables es útil contra el cambio climático, dentro de su incertidumbre, si es bueno en si, porque repare riqueza, la aumenta y crea trabajo, ¿por que rechazarlo?

En el siglo XXI debemos aceptar que la ciencia no es religión, y que las religiones son certezas virtuales.

El paradigma mental que necesitamos a partir de ahora es el paradigma de la naturaleza real, en la cual jamás hay certidumbre de nata, pero hay probabilidades altas para muchas cosas. Es un cambio penoso, doloroso, belo bello y gratificante. Es dejar de considerarnos algo aparte de la naturaleza, dejar de pensar, como decía una de esas religiones, que la naturaleza será de nuestro dominio, y empezar a pensar, con alta probabilidad pero sin certeza alguna, que la naturaleza no es distinta de nosotros, que no es de nuestro dominio, sino que somos parte de ella, que podemos vivir maravillosamente en ella, con ella, sin seguridad total en nada, pero con probabilidad alta en muchas cosas.

Comentarios: http://not-clima.net

7:00 | gestionado por Antonio Ruiz de Elvira

El árbol de la familia humana

Los paleontólogos rastrean la evolución de los homínidos desde que se separaron del chimpancé

JOHN NOBEL WILFORD

EL PAÍS - 25-07-2007
Hubo un tiempo en el que los fósiles y unos cuantos artefactos de piedra eran prácticamente los únicos medios que los científicos tenían para rastrear las líneas de la primera evolución humana. Y las lagunas en esas pruebas materiales resultaban frustrantes por lo amplias que eran. Cuando los biólogos moleculares se unieron a la investigación hace unos 30 años, sus técnicas de análisis genético produjeron revelaciones asombrosas. Los estudios de ADN señalaban que hace al menos 130.000 años existió en África una antepasada de todos los humanos anatómicamente modernos. Inevitablemente acabó siendo conocida como la Eva africana. Otras investigaciones genéticas trazaron patrones de migración ancestrales y la relación extremadamente cercana entre el ADN de los humanos y el de los chimpancés, nuestros parientes vivos más cercanos. Las claves genéticas también establecen el momento aproximado en el que el linaje humano empezó a diferenciarse del ancestro común con los simios: hace entre seis y ocho millones de años.

Al principio, los investigadores de fósiles se mostraron escépticos, una reacción influida quizá por su consternación al tropezar con científicos furtivos en su campo. Estos paleoantropólogos sostenían que los llamados relojes moleculares de los biólogos no eran fiables, y en algunos casos no lo eran, aunque al parecer no en un grado significativo.

Ahora los paleoantropólogos dicen que aceptan a los biólogos como aliados para situar la búsqueda de orígenes humanos desde distintos ángulos. En buena medida, una rápida sucesión de descubrimientos de fósiles a comienzos de la década de 1990 ha restaurado la confianza de los paleoantropólogos en la importancia de su método para el estudio de los primeros homínidos, esos antepasados fósiles y las especies relacionadas en la evolución humana.

Los nuevos hallazgos han llenado parte de las enormes lagunas en el registro fósil. Han duplicado el récord de antigüedad desde los 3,5 millones hasta casi 7 millones, y más que duplicado el número de las primeras especies de homínidos conocidas. Los dientes y los fragmentos de huesos indican la forma -la morfología- de estos antepasados que supuestamente acababan de atravesar la línea que separa a los humanos de los simios. "La discrepancia entre la morfología y las moléculas ya no es de hecho tan grande", afirma Frederick E. Grine, paleoantropólogo de la Universidad del Estado de Nueva York en Stony Brook.

Al disponer de más datos, señala Grine, los científicos están, en cierto sentido, dando cuerpo a los conocimientos genéticos con fósiles cada vez más antiguos. Hacen falta los huesos apropiados para establecer si una especie andaba erguida, algo que se considera un rasgo definitorio de los homínidos después de separarse del linaje de los simios. "Todo lo que la biología puede decirnos es que nuestro pariente más cercano es un chimpancé y aproximadamente cuándo tuvimos un antepasado común", explica. "Pero la biología no puede decirnos qué apariencia tenía ese antepasado, qué determinó ese cambio evolutivo ni a qué velocidad se produjo".

Tim D. White (Universidad de California en Berkeley), afirma que aunque las especies de homínidos tenían en sus primeras formas un aspecto mucho más simiesco, "hemos llegado a comprender que no se puede extrapolar desde el chimpancé moderno para obtener una imagen del último antepasado común. Los humanos y los chimpancés han experimentado cambios con el tiempo".

Pero White, uno de los buscadores de homínidos más veteranos, admite que los datos genéticos han proporcionado a los paleoantropólogos un marco temporal para su búsqueda. Siempre tienen la mirada puesta en un horizonte temporal para los orígenes de los homínidos, que ahora parece ser de al menos siete millones de años.

Desde su descubrimiento en 1973, la especie Australopithecus afarensis, personificada por el famoso esqueleto de Lucy, ha sido la divisoria continental en la exploración de la evolución de los homínidos. Donald Johanson, descubridor de Lucy, y White establecieron que este individuo de aspecto simiesco vivió hace 3,2 millones de años, caminaba erguido y probablemente fue un antepasado directo de los humanos. Otros especímenes afarensis y algunas huellas de pie evocativas demostraron que la especie existió durante al menos un millón de años, hasta hace tres millones.

En la década de 1990, los científicos cruzaron por fin la frontera de Lucy. En Kenia, Meave G. Leakey, miembro de la famosa familia de arqueólogos, descubría un Australopithecus anamensis, que vivió hace aproximadamente cuatro millones de años y parece haber sido un precursor de los afarensis. Otro descubrimiento de Leakey puso en entredicho la opinión dominante de que el árbol familiar tenía más o menos un solo tronco procedente de las raíces simiescas hasta llegar a una copa ocupada por los Homo sapiens. Pero se hallaron pruebas de que la nueva especie, llamada Kenyanthropus platyops, coexistía con los parientes afarensis de Lucy.

El árbol familiar se parece ahora más a un arbusto con muchas ramas. "El mero hecho de que ahora mismo sólo haya una especie humana no significa que siempre haya sido así", puntualiza Grine.

Pocos fósiles de homínidos han aparecido para el periodo comprendido entre los tres y los dos millones de años, durante el cual los homínidos empezaron a fabricar herramientas de piedra. La primera especie Homo entró en el registro fósil hace unos dos millones de años, y la transición a cerebros mucho mayores empezó con el Homo erectus, hace aproximadamente 1,7 millones de años. Otros descubrimientos recientes han retrocedido más en el tiempo, hasta acercarse a los orígenes de los homínidos predichos por los biólogos moleculares.

White ha participado en excavaciones en Etiopía en las que se han encontrado muchos especímenes que vivieron hace 4,4 millones de años y eran más primitivos y simiescos que Lucy. La especie recibió el nombre de Ardipithecus ramidus. Más tarde, una especie relacionada que vivió hace 5,2 o 5,8 millones de años se clasificó como Ardipithecus kadabba.

En aquel momento, hace seis años, C. Owen Lovejoy (Universidad del Estado de Kent), aseguraba: "Estamos, en efecto, acercándonos muchísimo al punto del registro fósil en el que ya no podremos distinguir al homínido ancestral de los chimpancés ancestrales, porque son anatómicamente muy similares".

Hay dos especímenes todavía más antiguos y aún más difíciles de interpretar. Uno, hallado en Kenia por un equipo francés, ha sido datado en seis millones de años y se le ha denominado Orrorin tugenensis. Los dientes y los trozos de huesos encontrados han sido pocos, aunque los descubridores creen que un fragmento de fémur indica que el individuo era bípedo, es decir, caminaba sobre dos piernas.

Otro grupo francés descubrió más tarde en Chad fósiles de 6,7 millones de años de antigüedad. El único espécimen, llamado Sahelanthropus tchadensis, sólo incluye unos cuantos dientes, una mandíbula y un cráneo aplastado. Los científicos opinan que la cabeza parece haber coronado un cuerpo bípedo.

"Éstos son claramente los homínidos más antiguos que tenemos", afirma Eric Nelson, especialista del Museo Estadounidense de Historia Natural [EE UU]. "Pero aún sabemos bastante poco sobre cualquiera de estos especímenes. Cuanto más nos retrotraigamos al punto de divergencia, más similares serán los especímenes de cada lado de la línea divisoria".

La evolución humana en épocas más recientes también plantea otros retos. ¿Quiénes eran esos "tipos pequeños" hallados hace pocos años en una cueva de la isla indonesia de Flores? Los descubridores australianos e indonesios llegaron a la conclusión de que un esqueleto parcial y otros huesos pertenecían a una especie humana distinta y ahora extinta, el Homo floresiensis, que vivió hace 18.000 años escasos.

La estatura y el cráneo aparentemente diminutos de la especie dieron pie a acalorados debates. Los detractores sostenían que no era una especie distinta, sino sólo otro Homo sapiens enano, posiblemente con un trastorno cerebral. Varios científicos destacados, sin embargo, apoyan la designación de nueva especie.

La tempestad provocada por el descubrimiento indonesio no es nada nuevo en un campo conocido por las controversias. Algunos especialistas recomiendan paciencia, y recuerdan que hasta años después de que se descubriera el primer cráneo de neandertal, en 1856, no se aceptó que los neandertales fuesen una rama antigua de la familia humana. En un principio, los escépticos refutaron el hallazgo alegando que no era más que el cráneo degenerado de un humano moderno o de un cosaco muerto en las guerras napoleónicas.

Quizá la analogía no sea todo lo alentadora que prometía ser. Los científicos siguen discutiendo hasta el día de hoy sobre los neandertales, su relación exacta con nosotros y la causa de su extinción hace 30.000 años, no mucho después de la llegada a Europa del único homínido superviviente y que tanta curiosidad siente por sus orígenes.

© The New York Times

lunes, 6 de agosto de 2007

En qué mundo vivimos

En qué mundo vivimos
En nueve conversaciones Manuel Castells interpreta la nueva era


"En qué mundo vivimos, Conversaciones con Manuel Castells" (Mayte Pascual, Alianza Editorial, 2006) es una guía para entender con profundidad las transformaciones del mundo de hoy. Se trata del primer libro escrito en España de análisis y divulgación de la obra y la biografía de Manuel Castells, uno de los científicos sociales más valorados del planeta, sobre el que se han publicado ya, o están en preparación en este momento, dieciséis volúmenes en diversos países. Informaciones hasta ahora inéditas sobre su vida, sus opiniones y su trabajo, se recogen en estas nueve conversaciones en torno a los grandes temas que preocupan a los ciudadanos del siglo XXI. Por Mayte Pascual.




En qué mundo vivimos… es algo que todos nos hemos repetido alguna vez. Cuando contemplamos lo que sucede a través de los informativos de televisión: el hambre, las guerras, la pobreza, los avances científicos… cuando miramos en Internet, leemos la prensa, participamos en eventos sociales o un acontecimiento sacude nuestras vidas… entonces no podemos dejar de lado lo que ocurre a nuestro alrededor. Más que nunca, necesitamos entenderlo.

¿Nos interesa poco lo real?, es la pregunta que inicia el libro. Lo cierto es que la realidad nos sobrepasa, y muchos eligen el refugio de la ficción, la postura cómoda, en medio de una sociedad que no exige ni valora la reflexión. Pero reflexionar resulta imprescindible para quien necesita superar una situación en su vida, para quien pretende evolucionar o quien sólo desea comprender y ser un ciudadano consciente. ¿Le interesa conocer en profundidad lo que sucede?, a esto debería contestar cada uno de los lectores.

Elaboré mi propia respuesta durante años de actividad profesional como periodista, frente a las tragedias, a la violencia, mientras contemplaba la actitud de la gente ante las catástrofes y las enormes posibilidades que la ciencia y la tecnología despliegan ante nosotros.

Castells interpreta la nueva era

Con la conciencia de que vivimos en un momento complejo y acelerado, en un siglo nuevo y diferente, en el comienzo de un tiempo que va a contemplar los cambios más radicales en la historia de la humanidad, hace ahora ocho años me propuse encontrar investigadores españoles que explicaran cómo estaban cambiando nuestras sociedades en los albores del nuevo milenio. Buscaba lo que llamé en aquel momento: “nuevos intelectuales”, aún sabiendo que esa categoría estaba desprestigiada después del siglo más convulso y dramático de la historia de la humanidad.

Lo que iba a ser una búsqueda rápida se convirtió en una lenta investigación para confeccionar una relación de científicos y profesores de vanguardia, muy valiosos, pero que en su mayoría profundizaban solo en una parcela de la ciencia. Casi nadie trataba de dar una explicación global. En todo caso –pensé- ese era un trabajo enorme.

En aquel momento cayó en mis manos la primera traducción al castellano de “La Era de la Información”, la trilogía de Manuel Castells, que publicó la Revista de Occidente. Se trataba de la conclusión de esa obra: “Entender nuestro mundo”. Su lectura me produjo un enorme impacto. Desde el primer párrafo comprendí que aquello era lo que estaba buscando.

“No más metapolítica -dice Castells en esa conclusión-, no más maestros de pensamiento”, “cada vez que un intelectual ha tratado de dar una respuesta a la pregunta: ¿qué hacer?, ha ocurrido una catástrofe”. “Lo importante es que la gente se libre de la adhesión acrítica a esquemas teóricos o ideológicos”, que construya su práctica desde su propia experiencia, con su propia información y con su propio análisis. Esta, creo, es una propuesta que podría cambiar el rostro de nuestras sociedades.

Nadie ha explicado el mundo como lo hace Castells. Quizá porque nadie, muy pocos, han dedicado tantos años de su vida a ese propósito con la decidida intención de conseguirlo. Eso lo comprendí enseguida, pero no podía imaginar entonces que años después iba a tener el privilegio de conversar con él sobre sus ideas, sobre su trabajo y contrastarlo juntos con la realidad cotidiana de unas sociedades que están en constante cambio.

Durante todo ese tiempo de inmersión en su obra he tenido la suerte además de poder utilizarla como guía para encontrar las conexiones profundas entre sucesos en apariencia distantes, para identificar las tendencias que existen en nuestro mundo pero de las que nos damos cuenta sólo cuando se convierten en noticia en los medios de comunicación.

Como periodista he sido testigo de acontecimientos que Castells ya había descrito, al identificar las tendencias profundas de nuestras sociedades. He podido seguir de cerca las manifestaciones de los movimientos antigloblalización en Europa, las pistas que dejaron los autores del 11 de septiembre en España, los proyectos europeos de alta tecnología como Galileo, las misiones espaciales internacionales, la realidad de muchos jóvenes emprendedores, de personas que han optado por su propia fórmula. Creadores. Innovadores. Gente con coraje.

Pero también he visto la cara de la tragedia en Sri Lanka, después del tsunami, en Madrid y en Londres tras los atentados de las redes de Al Qaeda, o en el rostro de los subsaharianos que solo unas horas antes acababan de asaltar la frontera dejándose colgados en ella los sueños y la piel.

No, no vivimos en el mejor de los mundos posibles. Por eso si queremos hacer algo para actuar en él, deberíamos escuchar a los científicos que tienen argumentos de peso. Tendríamos que esforzarnos en ir más allá de la compulsividad de las noticias que ofrecen muchos medios de comunicación, para los que algo es esencial hoy y mañana ya no existe. Nuestra sociedad necesita cada día más del trabajo de personas que por su formación pueden ver más allá del horizonte inmediato que a todos nos limita.

Nuestra sociedad necesita obras como la de Manuel Castells, que surge después de más de tres décadas de investigación, que procede de una experiencia personal y académica únicas, que tiene un fundamento en el trabajo de campo, en la enorme cantidad de viajes que ha realizado para sus investigaciones. Obras que, como ésta, no juzguen, sino que interpreten y ayuden a comprender.
Tratar de difundir esto es el impulso que me movía durante el tiempo que emplee en hacer este libro.

Nueve conversaciones

“En qué mundo vivimos” tenía que basarse en el trabajo de Castells, no sólo porque es uno de los científicos sociales más citados del planeta, con una obra ingente, con quince doctorados Honoris causa, con cátedras en las mejores universidades y los mejores centros de investigación, no sólo porque es una de las personalidades más influyentes del mundo, a quien reclaman políticos, académicos, empresarios, sindicatos, movimientos sociales y campesinos, periodistas y todo tipo de colectivos… No sólo por todo eso, sino porque Manuel Castells sigue haciendo investigación de base. Y continúa ocupándose de todos los temas candentes. Solo quien se renueva está vivo intelectualmente. Quien es capaz de empezar una vez más y proponerse nuevas metas.

Empezamos esta serie de conversaciones en julio de 2004 y la terminamos en enero de 2006. Mantuvimos varias muy extensas en Barcelona y el resto, mediante correo electrónico mientras él estaba en California o en cualquier parte del mundo. Se publican íntegras en esta edición de Alianza Editorial. Su valor reside en que en ellas Castells se refiere a muchas cuestiones que no están recogidas en otros escritos, algunas las apuntó en “La era de la Información” y ahora se han convertido en una realidad cotidiana de nuestras vidas.

Además el libro contiene una completa información biográfica y bibliográfica de este científico social sobre el que se han publicado ya ocho libros en varios países de Europa y América y están en curso otros ocho, uno de ellos en chino, la mayor parte en el ámbito académico.

“En qué mundo vivimos”, es el primero escrito en España. Revela facetas desconocidas de su personalidad y su labor. Recoge sus opiniones, repasa su trabajo y su biografía, ofrece una síntesis de su pensamiento y refleja cómo han evolucionado sus ideas y sus investigaciones desde que se publicó la trilogía. Las cuestiones que le planteo están elaboradas a partir de “La era de la información”, y pretenden contrastar sus teorías, sus propias palabras, sus citas textuales, con la realidad contemporánea. Además buscan su análisis sobre situaciones y tendencias emergentes. Con su ayuda es fácil ver con claridad cuestiones complejas.


Pasión por la ciencia social

La primera conversación tiene el valor de ser un retrato biográfico en el que Castells narra anécdotas de su vida hasta ahora desconocidas. Refleja su evolución personal desde la época de estudiante, hasta que su trabajo adquiere dimensión internacional. Contiene el relato detallado de su exilio de España, de la influencia en su personalidad del Mayo del 68 y de la relación con Alain Touraine, Nicos Poulantzas y Fernando Herique Cardoso. Contribuye, de manera especial, al dibujo de una época que alumbra cambios prodigiosos. El momento de las revoluciones cotidianas que transforman los códigos y la sensibilidad. Un tiempo de transición en el que el poder se queda sin armas ante la imaginación. Manuel Castells desvela cuál fue su participación en aquella fugaz espiral revolucionaria que iniciaron apenas quinientos estudiantes en el mayo francés. Describe el principio de su carrera académica, a la que acompaña el éxito desde su primer libro en 1972. Cuenta de dónde nace el proyecto intelectual que desemboca en la trilogía y cómo se desarrolla su proceso de producción. Y habla de sus trabajos recientes y sus actuales objetivos.

Componiendo el “puzzle” del mundo

La segunda conversación recoge la observación analítica del mundo que hace Castells durante los viajes que le proporcionan material para sus investigaciones. Expone su visión sobre diferentes áreas: Rusia, Latinoamérica, el Pacífico asiático, los Estados Unidos o la Unión Europea… incluidas aquellas que no ha analizado en otros trabajos.

Explica el colapso de la Unión Soviética y la tensión nacionalista en las ex repúblicas soviéticas, así como las lecciones que pueden extraerse del derrumbamiento del comunismo y de los intentos de reconstrucción de estas sociedades. Hablamos sobre la economía y el poder de la única superpotencia, de la hegemonía militar norteamericana y de su sentimiento de inseguridad, de su sistema educativo y del talante innovador de California.

De manera especial, nos detenemos en Latinoamérica, en países como Colombia, Brasil, Argentina, y Chile, un ejemplo de competencia y redistribución de riqueza en la economía global. El análisis de Castells se extiende a Pacífico asiático y a sus grandes gigantes: China, India, Japón, pero también al ascenso económico de lo que se llamó “Los cuatro tigres asiáticos”: Corea del Sur,Taiwán, Singapur y Hong Kong. El recorrido termina en Europa, Oriente Medio y el cambio del mundo tras los atentados del 11 de septiembre, del 11 de marzo y del 7 de julio, y las guerras de Afganistán e Irak.

La globalización y sus agujeros negros

De las siguientes conversaciones se puede extraer una guía para comprender nuestra época. Un mundo, como lo interpreta Castells, con una economía de capitalismo omnipresente, cada vez más duro, pero también más flexible, sometida a la tiranía de los mercados financieros, que genera las mayores posibilidades de crecimiento nunca conocidas, pero también pobreza y exclusión. El caldo de cultivo en el que el crimen global extiende su conexión perversa.

Hablamos de la nueva economía, de la competitividad, de la brecha entre ganadores y perdedores, del comercio justo, de la deslocalización, de la dependencia energética, de las redes y de la base ética del nuevo sistema. Pero también de la tragedia de África, del sida y de las bolsas de pobreza en las sociedades desarrolladas, de los mercados de la droga, del blanqueo de capitales y, de manera especial, de la explotación de los niños y de los adolescentes que viven sin sensación de futuro.

Repasamos esta nueva sociedad de redes que deshace las clases, modifica el espacio y el tiempo, las coordenadas en las que se mueven nuestras propias vidas y registra la crisis de las relaciones familiares tradicionales y de las personalidades. En ella, nuevos movimientos sociales, buscan otros modelos de convivencia. Y fuertes sentimientos de identidad, algunos fundamentalistas, se convierten en actores principales.

Abordamos la transformación de las ciudades, de los cambios en nuestra forma de vivir, de trabajar, de las nuevas formas de conflicto y de la manipulación del tiempo, de la violencia contra las mujeres, del feminismo, de los movimientos gays y de los grupos mal llamados “antiglobalización”, de cómo están cambiando los códigos culturales.

Nos detenemos en los fundamentalismos de todo signo y en los nacionalismos, en la cuestión de la identidad como una de las fuerzas esenciales que mueven el mundo.

Analizamos esta época en la que el poder se transforma y la democracia, el Estado y la política están en crisis, mientras la cultura virtual se convierte en el escenario de la batalla por las mentes, la lucha que se libra en el territorio de la comunicación.
Hablamos de la pérdida de legitimidad que afecta a muchos políticos, de las amenazas al Estado del bienestar, del multilateralismo y del poder local, del protagonismo, en todos los estados del planeta, de la política del escándalo como tendencia histórica, de la batalla por el poder dirigida a las mentes de las personas y del embrión de una nueva sociedad.

Nos detenemos en los nuevos parámetros de la comunicación. Hablamos de Internet, el nuevo medio que ofrece inauditas posibilidades de información y difusión; de cómo las nuevas tecnologías y la ciencia empiezan a transformar los estadios más elementales de la vida; de la innovación que se revela como la clave del desarrollo, la fuerza del ser humano en el nuevo sistema, para concluir que el dinamismo de la sociedad más que de la tecnología, depende de las personas. El “pienso luego produzco” de Castells, puede dar lugar a los cambios más determinantes en la historia de nuestras sociedades.

Hay que pisar los suburbios de París, en plena revuelta, recorrer las calles de Belfast o moverse entre las chabolas de la periferia de Nairobi o de otras ciudades de África para sentir la raíz profunda de los conflictos. Hay que navegar por Internet y utilizar Internet para saber cómo son las nuevas generaciones que pueden cambiar el futuro de nuestras sociedades. Pero sólo podemos comprender con información, con análisis, con conocimiento. Y sólo mediante el conocimiento podemos imaginar algo nuevo, crear otras posibilidades, innovar.

Vivimos una nueva utopía

Hoy vivimos una nueva utopía, la que nadie se atrevió a imaginar: la comunicación multilateral, ubicua, libre, universal. Castells analiza todas las características de ese punto de inflexión en nuestra historia como seres humanos. Y sobre todo, se refiere a su actual objeto de atención: el proyecto de desarrollar una nueva forma de entender la política y la comunicación.

“En qué mundo vivimos”, es un libro en el que repasamos cómo los cambios sociales que revolucionaron los años sesenta y cómo la transformación de las tecnologías de la información, nos han conducido a una nueva era. En el que se abordan grandes cuestiones sobre la nueva economía, el trabajo, el lado oscuro de la globalización, sobre los nuevos movimientos sociales y nuestras propias vidas. En el que se explica la fuerza de la identidad, porqué irrumpen los fundamentalismos, cómo se está transformando el poder y de qué manera las nuevas tecnologías, la nanociencia, la revolución de la biotecnología… modifican hasta el último rincón de nuestra vida cotidiana…

El trabajo de Manuel Castells marca un hito en la interpretación de nuestras sociedades contemporáneas. Él explica cómo hemos entrado en una nueva era. Y sigue haciendo estudios de campo. En este libro, hemos abordado el análisis de las cuestiones que se plantea el ciudadano contemporáneo. Cómo influyen las nuevas tecnologías en el empleo. Por qué la lógica del capitalismo provoca exclusión. Dónde reside la imposibilidad de controlar los flujos de capital. De qué manera el cambio llega hasta el espacio y el tiempo de nuestras propias vidas. Cómo la afirmación del multiculturalismo puede combatir el fundamentalismo.

Cuáles son los movimientos sociales que proponen alternativas. Hasta qué punto los cambios de creencias y valores modifican la sociedad. Por qué el escándalo se convierte en el centro de la política. Qué posibilidades tiene el estado frente a los flujos de los mercados. Con qué armas cuenta el nuevo terrorismo. Quién puede acabar con la explotación de los niños. Por qué toda nuestra cultura mantiene sus juegos de poder en la virtualidad de los medios de comunicación.

De qué forma cambian nuestro entorno Internet y los nuevos sistemas de comunicación. Por qué la innovación es el motor del espíritu del nuevo sistema…

En estas nueve conversaciones, el lector, sean cuáles sean sus preocupaciones e inquietudes, puede encontrar respuestas para comprender mejor en qué mundo vivimos, si aspira a ser un ciudadano consciente e informado.




Mayte Pascual, autora del libro En qué mundo vivimos, Conversaciones con Manuel Castells, es periodista, Licenciada en la Facultad de Ciencias de la Información de Madrid. Trabaja en Televisión Española, en el programa “Informe Semanal”. Ha sido enviada especial en numerosas ocasiones. Especialista en nuevas tecnologías, ha transmitido en directo los lanzamientos de los principales satélites españoles y ha presentado informativos especiales sobre distintas misiones espaciales. Ha recibido varios premios por su labor informativa. Autora de diversos artículos sobre el cambio de siglo y las perspectivas de la ciencia, la tecnología y el pensamiento en el nuevo milenio.

Somos lo que (no) comemos

Enviado el viernes, 03 de agosto de 2007 11:34

La ciencia de la alimentación lleva años bombardeando a los consumidores con información sobre los efectos de ciertos alimentos en la salud. Lo que muchas de estas investigaciones vienen a decir es que una cosa es alimentarse y, la otra muy distinta, nutrirse.

MARTA CHAVARRÍAS
Y en ello se centran muchos de los estudios que se publican, es decir, en determinar cuáles son los ingredientes que ayudan a reducir el riesgo de contraer enfermedades, como por ejemplo la obesidad, o cuáles son las sustancias que pueden suponer un riesgo para la salud.

Los avances en investigación alimentaria van resolviendo algunos de los retos que plantean los cambios de hábitos de los consumidores, como conocer las incidencias de los nuevos alimentos (los funcionales o los que contienen transgénicos) e, incluso, controlar la epidemiología de las alergias alimentarias. Una de las últimas novedades en investigación alimentaria es el concepto dual que plantea la nutrigenómica, o dieta personalizada, que funde en una disciplina nutrición y genética. Alimentos y genes. ¿Por qué esta dualidad? Porque con esta unión la dieta podría, en determinados casos, llegar a constituir un tratamiento complementario.

Con la combinación de tecnologías de genómica funcional, la bioinformática y la biología molecular, además de otras técnicas epidemiológicas, bioquímicas y nutricionales, la nutrigenómica podría ayudar a desarrollar, por ejemplo, alimentos funcionales que tuvieran en cuenta el impacto de nutrientes sobre el control del peso corporal. A mediados de 2006, expertos de la Universidad de Munich se mostraban aún cautelosos ante ciertos resultados, aunque ya destacaban los beneficios de engranar la investigación genética con la ciencia de los alimentos. En la UE esta disciplina cuenta con una importante plataforma de investigación, la red NuGo, enfocada en la prevención de enfermedades crónicas a través de la interacción de los nutrientes en el organismo a nivel génico, proteómico y metabolímico.


Alimentos funcionales, ¿una necesidad?

Las nuevas líneas de investigación en el ámbito de la nutrición y de la salud han llevado también a los alimentos funcionales, a los que se ha añadido (o eliminado) uno o varios nutrientes y modificado su biodisponibilidad. Todo ello coincidiendo con el cada vez más creciente interés de los consumidores entre dieta y salud. Nacido en Japón en los años 80, el término functional food hace referencia a una función beneficiosa sobre el organismo de las personas. Según la clasificación japonesa, Foods for specified health use (FOSHU , Alimentos para Uso Especifico en la Salud) se refiere a «alimentos para uso específico de salud».

De nuevo una interacción, la de alimentos y medicina, acepta el papel de los nutrientes en el equilibrio de la salud. Betacarotenos en frutas como antioxidantes, ácidos grasos monoinsaturados en nueces para reducir el riesgo de enfermedades cardiovasculares, antiocianidinas en cerezas para fortalecer las defensas antioxidantes de las células o lactobacilos en yogur para mejorar la salud gastrointestinal son algunos de los componentes funcionales que más favores han recibido. Con todo, nutricionistas y dietistas advierten que los alimentos no curan por sí solos, lo que es saludable es seguir una dieta equilibrada que lleve incorporados todos los nutrientes necesarios. Y es que a pesar de que los criterios científicos que avalan esta relación son numerosos, aún son necesarios más estudios que lo ratifiquen, admiten los expertos.


A vueltas con las alergias alimentarias

Una de las referencias más claras de la investigación ha ido encaminada determinar los alimentos más implicados en la aparición de alergias alimentarias. En España, los casos de alergia se dan sobre todo por el consumo de leche y huevo, que afectan especialmente a la población infantil. Uno de los motivos que explicaría que en los últimos 15 años se haya duplicado el número de personas que sufren algún tipo de alergia alimentaria es la introducción de nuevos alimentos en la dieta diaria. Esta tendencia ha llevado a plantear evaluaciones de riesgo alérgico antes de introducir alimentos, como las frutas exóticas.

Reflejadas sobre todo con la aparición de urticarias, las reacciones a alimentos se evitan, únicamente, evitando el consumo del alimento y sus derivados. En un estudio publicado hace unos días en Journal of Allergy and Clinical Immunology, expertos británicos aseguraban haber hallado una molécula, conocida como interleuquina 12, capaz de proteger contra las alergias alimentairas. Según la investigación, esta molécula contiene unas células que ayudan a regular la respuesta inmunitaria del organismo frente los cuerpos foráneos, como las proteínas de los alimentos. La investigación refleja cómo una proteína, que puede ser muy dañina para una persona, es inofensiva para otra.

Biocombustibles y sostenibilidad

La demanda mundial de energía continúa creciendo año tras año, así la predicción de crecimiento medio para la energía primaria en el mundo será del 1,8 % anual durante el periodo 2000-2030. En la actualidad el 80% de la demanda energética mundial es suministrada por combustibles fósiles y como ya es conocido, la combustión de estos, produce gases de efecto invernadero que contribuyen al temido cambio climático. Esta situación provoca el aumento de la demanda de recursos energéticos fósiles limitados con la consiguiente disminución de las reservas y el encarecimiento de estos y el aumento de gases contaminantes con efecto invernadero

En éste contexto, los biocombustibles pueden contribuir de forma importante a la solución de los dos problemas, tanto como combustibles alternativos y renovables, como por sus ventajas medioambientales, por su significativa reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, responsables del cambio climático. Además a diferencia de otras alternativas (por ejemplo, los gases licuados del petróleo) no son excluyentes ya que no necesitan la duplicación del sistema motor y pueden utilizar la misma red logística de distribución de los combustibles fósiles.

Pero, el camino hacia la producción de estos biocombustibles es una cuestión que se ha de plantear seriamente y con rigor con una visión de futuro sostenible a nivel planetario, si no queremos caer en nuevas problemáticas difíciles de resolver.

[Carmen García]

La energía constituye la savia de la sociedad y de la economía. Nuestro trabajo, nuestro ocio y nuestro bienestar económico, social y físico dependen de que el abastecimiento de energía sea suficiente y no se interrumpa. La demanda mundial de energía continúa creciendo año tras año, así la predicción de crecimiento medio para la energía primaria en el mundo será del 1,8 % anual durante el periodo 2000-2030. En la actualidad el 80% de la demanda energética mundial es suministrada por combustibles fósiles y como ya es conocido, la combustión de estos, contribuye con su efecto invernadero al temido cambio climático. Esta situación provoca por un lado, el aumento de gases contaminantes con efecto invernadero y por otro un aumento de la demanda de recursos energéticos fósiles limitados con la consiguiente disminución de las reservas y el encarecimiento de estos. Así, el petróleo, del cual a finales de 2003, las reservas mundiales ascendían a 157.000 millones de toneladas, equivalentes a 1,15 billones de barriles de crudo por extraer y del cual se prevé que el consumo en 10 años se incrementará en 20 millones de barriles diarios, de manera que, al mismo ritmo de crecimiento, en el 2020 la demanda rondará los 115 millones de barriles diarios. Considerando, según estimaciones, que la tasa de caída anual en cuanto a producción corresponde a un 5 %, en 10 años habrá un déficit cercano a los 60 millones de barriles diarios. Cifras alarmantes que demuestran la insostenibilidad de este recurso energético.

El cambio climático, la escasez del recurso energético con la consiguiente subida de los precios del petróleo y la preocupación por el futuro abastecimiento hacen que aumente el interés por la utilización de la biomasa con fines energéticos. En éste contexto, los biocombustibles pueden contribuir de forma importante a la solución de los dos problemas tanto como combustibles alternativos y renovables como por sus ventajas medioambientales por su significativa reducción de emisiones de gases de efecto invernadero responsables del cambio climático.

Estos biocarburantes son combustibles que pueden utilizarse en lugar de los combustibles convencionales o en combinación con estos, y que se obtienen mediante tratamiento o fermentación de fuentes biológicas no fósiles, como los aceites vegetales, la remolacha azucarera, los cereales y otros cultivos y residuos orgánicos. Incluyen el biodiésel obtenido a partir de semillas oleaginosas (especialmente la colza) y aceites de cocina usados, el bioetanol producido a partir de cultivos ricos en azúcares o almidón como los de cereales y remolacha azucarera, y el biogás obtenido a partir de gases de vertederos y residuos agrícolas.

En este contexto, la Comisión Europea ha adoptado una ambiciosa estrategia comunitaria para los biocarburantes dotada de una serie de posibles medidas basadas en el mercado y de carácter legislativo e investigador para potenciar la producción de combustibles a partir de materias primas agrícolas, fijándose tres metas principales: promover los biocarburantes tanto en la Unión Europea como en los países en desarrollo; preparar su uso a gran escala, mejorando su competitividad en cuanto al coste e incrementando la investigación sobre combustibles de «segunda generación» y apoyar a aquellos países en desarrollo en los que la producción de biocarburantes podría estimular el crecimiento económico sostenible. Extender su uso será sumamente beneficioso por reducir la dependencia de Europa de las importaciones de combustibles fósiles, aminorar las emisiones de gases de efecto invernadero, proporcionar nuevas salidas a los agricultores y abrir nuevas posibilidades económicas en varios países en desarrollo.

Así, en cuanto a combustibles alternativos para los transportes, la legislación europea sobre biocarburantes (Directiva 2003/30/CE), exige que éstos representen un porcentaje cada vez mayor en el conjunto de gasóleos y gasolinas vendidos en los Estados miembros, aumentando progresivamente hasta alcanzar, un 5,75% para 2010 y 8% para 2020, en contenido energético (dentro de un Plan Europeo global de sustituir el 20% de los combustibles convencionales por combustibles alternativos para 2020).

Para satisfacer estos objetivos se debe incrementar la producción de este tipo de combustibles de forma considerable, estimándose según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que para sustituir el 10% de la demanda actual de combustibles de la UE, habría que dedicar el 70% de la superficie agrícola europea.

La ONU ha señalado recientemente en un informe, que la demanda de tierra para biocombustibles podría suponer un peligro para el medio ambiente. También ha mostrado su inquietud ante la presión ejercida sobre los cultivos de alimentos, lo que llevaría a un aumento de los precios.

Un ejemplo de problemática creada es el caso de Indonesia, cuya producción de aceite de palma como materia prima para producir biocombustibles y que exporta en su mayor parte a los mercados de Europa, esta llevando a la tala de bosques enteros que cumplen la función natural de absorción del dióxido de carbono (CO2).

Así pues, el camino hacia la producción de estos biocombustibles es una cuestión que se ha de plantear seriamente y con rigor con una visión de futuro sostenible a nivel planetario, si no queremos caer en nuevas problemáticas difíciles de resolver.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Poesía y ciencia - Antonio LAfuente

Tras unos días de vacaciones, he recordado un texto de Michel Serres en donde se nos recomienda ser ambidextros cuando consideramos la relación entre ciencia y poesía.

Lo bueno del éxito de Harry Potter es que nos ha recordado la relación profunda entre poesía y magia. Otra vez, entonces, saben los niños que los secretos se abren con pócimas cuya fórmula mezcla cifras y versos. Los adultos deberían saber que los vínculos entre magia y ciencia también son antiguos, pues solo entre los perezosos (en apariencia) se ignora que el origen de la ciencia moderna hay que buscarlo en la astrología, la alquimia, la cábala y entrar al jardín monacal o en la gruta de los mineros y Mefistófeles. Eso al menos es lo que nos dicen los historiadores.

Pero también los científicos, incluso los menos laureados, aceptan ese vinculo misterioso entre poesía y ciencia o, dicho en otros términos, entre la creatividad artística y la científica. Siempre hubo, los sigue habiendo, muchos poetas entre los científicos. Todos coincidieron en que la imaginación es la misma cualquiera que sea el objeto. Y se habla de la belleza, la armonía, la simplicidad o la exactitud como si fueran los criterios que deciden si un hallazgo en el campo de la ciencia ronda la genialidad.

Algunos científicos aparentarán no saber de qué se les habla, pero tiene en su contra una inmensa lista de declaraciones realizadas por gentes que recibieron el Nobel o que dieron su nombre a alguna ley de la naturaleza. En fin, que quienes tuvieron ese momento extático no pararon de contarlo y, los demás, cual astutos puritanos, dicen intuirlo aunque sea de refilón. Y, en definitiva, nadie niega esa relación, aún cuando se trate de una cornucopia llena de lugares comunes y redundancias, casi diría de prosaísmos.

El matrimonio existe, pero la relación ha conocido altibajos. Newton, por ejemplo, pensaba que la poesía sólo era “un ingenioso sinsentido”. Y William Blake le correspondió al incluirlo con Bacon y Locke en la “Insanta Trinidad”. Wordsworth fue más impío e irónico describiendo al científico como alguien capaz de “fisgonear y botanizar hasta en la tumba de su madre”. Los que exigían un divorcio inmediato, lamentaban que, tras su paso por la óptica, la botánica o la química, la naturaleza perdía su aura. Keats encontró una fórmula muchas veces citada, pues los científicos habían “destejido el arco iris”.

Y claro tenemos muchos ejemplos de lo contrario. Son decenas los poetas que han sucumbido ante las evocaciones de verdad y plenitud prometidas por la ciencia. Y también vale la afirmación inversa, pues son centenares los científicos con reconocido talento para la poesía o la música. Italo Calvino, por ejemplo, equiparó a Galileo con Dante para luego convertirles en padres de la lengua italiana. Sería una empresa desmesurada citar todas las veces que alguien quiso probar los muchos conocimientos científicos acreditados en el teatro de Shakespeare o en El Quijote de Cervantes. Todo apunta, sin embargo, para que ese matrimonio tempestuoso, salpìcado de ludditas y otros desencantados, acabe siendo por fin una verdadera relación de amor.

Parece extraño, pero ya hay demasiados signos que quieren anticiparlo. Michel Serres tiene el don de encontrar siempre la formulación más exacta, es decir una que merece ser poética. Y lo que dice es breve: tenemos que ser ambidestros.

¿Qué signos? Todos los días aparece un libro sobre el cerebro para decirnos en todas las lenguas y con las mejores metáforas que las emociones nunca fueron un estorbo para los razonamientos. Que sin ellas nuestra especie nunca habría tenido tanto éxito en la lucha por la supervivencia; más aún, que pensar no es computar, sino encontrar diferencias donde sólo hay relaciones, un proceso que sólo los sentimientos pueden orientar. Si tuviéramos que resumir las muchas estrategias vigentes que niegan la dualidad mente/cuerpo, razón/sentimiento, naturaleza/cultura sujeto/objeto nos quedaríamos sorprendidos.

Es verdad, cada una tiene su propio pedigrí, pero todas han necesitado exagerar la dicotomía entre el mundo de los hechos y el de las opiniones; todas contribuyen a escindirnos, condenando nuestra cultura a una esquizofrenia que debería ya tener fecha de caducidad. O sea, que sí, que para hablar de poesía, como también de ciencia, hay que tratar asuntos de política, pues eso que llamamos verdad, belleza o ritmo son asuntos públicos, son temas de los que siempre hemos discutido, problemas que fortuna siempre tendremos que renegociar.

Volvamos con los magos. Para hacerse científicos tuvieron que experimentar dos metamorfosis y crear una hibris novedosa entre el juez y el poeta. Poeta porque comenzó a crear objetos entonces inexistentes cuya vida sólo tenía sentido dentro del universo de conceptos y metáforas creados con palabras y entre instrumentos. Pensemos en las nociones de atracción a distancia (siglo XVII), especie botánica (siglo XVIII), selección natural (siglo XIX) o gen (siglo XX). Cuando fueron formuladas, no eran sino metáforas excepcionales que ayudaron a que la física de Newton, la botánica de Linneo, la biología de Darwin o la genética de Morgan se internaran por nuevos territorios aún cuando se trataba de conceptos ambiguamente definidos e insuficientemente contrastados. Tal deriva era un problema y obligó a una segunda transformación, pues tuvieron que implicarse a fondo como “jueces” hasta lograr que los hechos fueran suficientes y funcionaran como pruebas.

Así que un científico nunca deja la imaginación en el vestíbulo de entrada, sino que al entrar en el laboratorio la activa al máximo, pues tendrán que pensar con las manos y calcular con los versos. Todo esto parece un poco vaporoso, pero quizás no sea banal. Stanislas Deahene lleva unos años diciendo que siendo el cerebro un ensamblaje de máquinas especializadas, faltaba reconocer el módulo matemático. Casi nadie discute la hipótesis de Chomski relativa a la predisposición genética al lenguaje que nos legó la evolución.

Sabemos también que el módulo de la visión es una herramienta evolutiva cuya función es asignar colores al mundo. Hablamos de una operación muy delicada desde el punto de vista cognitivo, pues los plátanos tiene que ser amarillos cualquiera que sea la luz que sobre ellos proyectemos. Si no fuera así, podríamos confundirnos dependiendo de la estación del año o de la hora del día. En definitiva, nuestro entorno sería cambiante y, como especie, estaríamos en peligro. El color entonces no es una cualidad que pertenezca al objeto que vemos, sino una etiqueta que le asignamos después de promediar entre sus muchas y variables apariencias.

Pues bien, lo que nos dicen los neurofisiólogos es que estos son también los términos con los que referirse a la habilidad para manejar mentalmente cifras y conjuntos. Parece que nuestra especie ha sacado mucho provecho de una herramienta cerebral apta para la discrecionalización del entorno y, en consecuencia, la evolución ha favorecido a los organismos genéticamente dotados con una habilidad para los números. O sea, que como sucedía con los colores, si Deahene tiene razón, es nuestro cerebro el que necesita que el mundo esté entretejido con símbolos algebraicos y formas geométricas, que se pueda cifrar al modo matemático.

Platón y Galileo se equivocaban, pues no es que la naturaleza sea un libro escrito en lenguaje matemático, sino que nuestros genes nos han dotado con una máquina que filtra cuanto le llega hasta convertirlo en pasto de las matemáticas. Lo mejor de todo, lo más evocador, es que los dos módulos, el del lenguaje y el matemático, están muy próximos en el lóbulo inferior izquierdo.

Y no son pocos los que creyendo que la ciencia es la ruta de la seda que unirá los dos mundos, se atreven a decir que esta vecindad no sólo explica las broncas, sino también los apasionados encuentros. Y, en todo caso, como ya nadie quiere renunciar al rigor, vale la pena actualizar el hermoso descubrimiento que nos legó el viejo Cocteau: “Sin saber que era imposible, ella fue y lo hizo”.

domingo, 15 de julio de 2007

justicia social y fraude científico - Antonio Lafuente

justicia social y fraude científico

¿Puede nuestra sociedad sobrevivir a los muchos casos de fraude científico que viene sucediendo? ¿Se está haciendo lo suficiente para defender la integridad de la ciencia? ¿A quién correspondería tomar iniciativas?

Empecemos por los hechos. Los científicos se despliega en ámbitos muy diversos de actividad, como lo son el laboratorio, las aulas, los congresos, los comités o las asesorías. Al final, sin embargo, su prestigio se lo juegan como escritores o, en otros términos, en las publicaciones. Nadie discute la importancia de los artículos científicos, un género literario severamente normalizado que tiene que ofrecer información relativa al método de trabajo empleado, los datos obtenidos, los gráficos o imágenes que los representan y, desde luego, las referencias a otros artículos que, al ser mencionados, son identificados como una fuente de autoridad.


Las citas, en consecuencia, crean un mercado inesperado, pues la reputación de un investigador o la veracidad de lo que se publica están asociadas a la calidad de la revista en la que se difunde o el número de citas que recibe. Y sí, de una cosa tan simple penden asuntos muy complejos. En la actualidad hay cerca de 8000 revistas científicas de calidad internacional reconocida que canalizan 27 millones de citas al año, unas cifras que nos autorizan a tratar la ciencia como una empresa gigantesca que moviliza masas ingentes de recursos, personas y textos.

Esto significa que además de conceptos, instrumentos y fórmulas, también hay que considerar constitucional todo lo que se relaciona con las editoriales, las instituciones y los negocios. Y es que, como decimos, la mayoría de las decisiones que le afectan no se toman en el laboratorio, sino por algún comité ministerial o en el consejo de administración de alguna empresa.

El mundo de la ciencia, en definitiva, es un mundo burbujeante. Tomemos dos ejemplos que lo expliquen. Estos días se habla mucho del calentamiento global y de las graves decisiones políticas que hay que tomar tras ser admitidas las predicciones que venían haciendo los expertos. Pensemos también en esas cien mil sustancias químicas descontroladas -incorporadas en la alimentación, los tejidos o la cosmética-, cuyos efectos sobre la salud y el medioambiente son desconocidos. El clima y la química no son entonces asuntos de la exclusiva incumbencia de los científicos, dado que los experimentos en curso se están haciendo en tiempo real y tiene un alcance planetario.

Todos somos conejillos de Indias, una realidad que refuerza la idea de que todo cuanto pasa en un laboratorio puede tener inmensas consecuencias políticas y económicas. Tantas que sería demasiado ingenuo hacerse de nuevas ante el hecho de que las corporaciones y los gobiernos traten continuamente de influir en la marcha de la ciencia. No es difícil entonces entender de dónde proviene el fraude, como tampoco vaticinar que estamos ante un problema de importancia creciente.

Lo primero que hay que saber es que todas las revistas científicas de primer rango han sido humilladas al publicar textos que contenían información falsa o manipulada. De hecho, los editores han tenido que admitir que no están preparados para controlar una conducta, cuyo origen está en la creciente presión que reciben los investigadores, tanto desde el mundo académico como desde el industrial. No es difícil explicarlo. Ya hemos dicho que la calidad de un científico se mide por el impacto de las publicaciones que realiza, de forma que su prestigio y, por tanto, los contratos que obtiene y los puestos que ocupa dependen en gran medida del número de citas que recibe. La situación es tan grave que suele describirse mediante el lema Publicar o morir, una elegante manera de explicar por qué los científicos tienden a dar por definitivos y publicitar hechos que todavía son inciertos.

Las grandes corporaciones han incrementado en un 800% su transferencia de recursos a los laboratorios públicos en los últimos 20 años. Y con los dineros llegó la práctica del secretismo, pues los investigadores son obligados a firmar cláusulas de confidencialidad que restringen la publicación de resultados. Los valores que sostienen (¡y eran sostenidos por!) la comunidad científica están siendo gravemente amenazados. El año pasado saltó a la prensa la noticia de que el lobby energético americano financiaba estudios que cuestionaran la naturaleza antropogénica del cambio climático. Luego supimos que eran informes impulsados por fundaciones falsamente filantrópicas y nulamente científicas.

Todos los meses nos enteramos de que algún laboratorio farmacéutico oculta efectos secundarios, incita al consumo de medicamentos, prima a los médicos que “saben” recetar o intoxica la opinión pública difundiendo datos obtenidos por investigadores a la carta. La última estrategia utilizada consiste en contratar bufetes de abogados, agencias de publicidad y laboratorios de investigación para, en una acción combinada, usar datos manipulados que impidan los consensos científicos, retrasen la regulación de los mercados, mientras, en paralelo, se plantean pleitos interminables o campañas de difamación contra quienes denuncian la increíble panoplia de corruptelas manifiestas.

Dos ideas más. La primera tiene que ver con la creciente dependencia de nuestras vidas respecto de la ciencia, pues todo lo que ingerimos, vestimos y, en general, hacemos, está conectado a la calidad de los datos que garantizan su salubridad. La segunda es para asomarnos al abismo que supondría permitir que las prácticas científicas pudieran ser pervertidas por quienes quieren mejorar su influencia o sus ganancias. Y es que, en efecto, la ciencia es un asunto demasiado importante para dejarlo en manos de los científicos. ¿A quién debemos reprochar la crisis de valores que aquí hemos esbozado? ¿A quién corresponde defender la integridad de la ciencia?

sábado, 7 de julio de 2007

¿De qué sirve el profesor?

Por Umberto Eco
Para LA NACION

¿En el alud de artículos sobre el matonismo en la escuela he leído un episodio que, dentro de la esfera de la violencia, no definiría precisamente al máximo de la impertinencia... pero que se trata, sin embargo, de una impertinencia significativa. Relataba que un estudiante, para provocar a un profesor, le había dicho: "Disculpe, pero en la época de Internet, usted, ¿para qué sirve?"

El estudiante decía una verdad a medias, que, entre otros, los mismos profesores dicen desde hace por lo menos veinte años, y es que antes la escuela debía transmitir por cierto formación pero sobre todo nociones, desde las tablas en la primaria, cuál era la capital de Madagascar en la escuela media hasta los hechos de la guerra de los treinta años en la secundaria. Con la aparición, no digo de Internet, sino de la televisión e incluso de la radio, y hasta con la del cine, gran parte de estas nociones empezaron a ser absorbidas por los niños en la esfera de la vida extraescolar.

De pequeño, mi padre no sabía que Hiroshima quedaba en Japón, que existía Guadalcanal, tenía una idea imprecisa de Dresde y sólo sabía de la India lo que había leído en Salgari. Yo, que soy de la época de la guerra, aprendí esas cosas de la radio y las noticias cotidianas, mientras que mis hijos han visto en la televisión los fiordos noruegos, el desierto de Gobi, cómo las abejas polinizan las flores, cómo era un Tyrannosaurus rex y finalmente un niño de hoy lo sabe todo sobre el ozono, sobre los koalas, sobre Irak y sobre Afganistán. Tal vez, un niño de hoy no sepa qué son exactamente las células madre, pero las ha escuchado nombrar, mientras que en mi época de eso no hablaba siquiera la profesora de ciencias naturales. Entonces, ¿de qué sirven hoy los profesores?

He dicho que el estudiante dijo una verdad a medias, porque ante todo un docente, además de informar, debe formar. Lo que hace que una clase sea una buena clase no es que se transmitan datos y datos, sino que se establezca un diálogo constante, una confrontación de opiniones, una discusión sobre lo que se aprende en la escuela y lo que viene de afuera. Es cierto que lo que ocurre en Irak lo dice la televisión, pero por qué algo ocurre siempre ahí, desde la época de la civilización mesopotámica, y no en Groenlandia, es algo que sólo lo puede decir la escuela. Y si alguien objetase que a veces también hay personas autorizadas en Porta a Porta (programa televisivo italiano de análisis de temas de actualidad), es la escuela quien debe discutir Porta a Porta. Los medios de difusión masivos informan sobre muchas cosas y también transmiten valores, pero la escuela debe saber discutir la manera en la que los transmiten, y evaluar el tono y la fuerza de argumentación de lo que aparecen en diarios, revistas y televisión. Y además, hace falta verificar la información que transmiten los medios: por ejemplo, ¿quién sino un docente puede corregir la pronunciación errónea del inglés que cada uno cree haber aprendido de la televisión?

Pero el estudiante no le estaba diciendo al profesor que ya no lo necesitaba porque ahora existían la radio y la televisión para decirle dónde está Tombuctú o lo que se discute sobre la fusión fría, es decir, no le estaba diciendo que su rol era cuestionado por discursos aislados, que circulan de manera casual y desordenado cada día en diversos medios –que sepamos mucho sobre Irak y poco sobre Siria depende de la buena o mala voluntad de Bush. El estudiante estaba diciéndole que hoy existe Internet, la Gran Madre de todas las enciclopedias, donde se puede encontrar Siria, la fusión fría, la guerra de los treinta años y la discusión infinita sobre el más alto de los números impares. Le estaba diciendo que la información que Internet pone a su disposición es inmensamente más amplia e incluso más profunda que aquella de la que dispone el profesor. Y omitía un punto importante: que Internet le dice "casi todo", salvo cómo buscar, filtrar, seleccionar, aceptar o rechazar toda esa información.

Almacenar nueva información, cuando se tiene buena memoria, es algo de lo que todo el mundo es capaz. Pero decidir qué es lo que vale la pena recordar y qué no es un arte sutil. Esa es la diferencia entre los que han cursado estudios regularmente (aunque sea mal) y los autodidactas (aunque sean geniales).

El problema dramático es que por cierto a veces ni siquiera el profesor sabe enseñar el arte de la selección, al menos no en cada capítulo del saber. Pero por lo menos sabe que debería saberlo, y si no sabe dar instrucciones precisas sobre cómo seleccionar, por lo menos puede ofrecerse como ejemplo, mostrando a alguien que se esfuerza por comparar y juzgar cada vez todo aquello que Internet pone a su disposición. Y también puede poner cotidianamente en escena el intento de reorganizar sistemáticamente lo que Internet le transmite en orden alfabético, diciendo que existen Tamerlán y monocotiledóneas pero no la relación sistemática entre estas dos nociones.

El sentido de esa relación sólo puede ofrecerlo la escuela, y si no sabe cómo tendrá que equiparse para hacerlo. Si no es así, las tres I de Internet, Inglés e Instrucción seguirán siendo solamente la primera parte de un rebuzno de asno que no asciende al cielo.

La Nacion/L’Espresso (Distributed by The New York Times Syndicate)

(Traducción: Mirta Rosenberg)

domingo, 1 de julio de 2007

La vida a la velocidad de la luz. ¿Estamos mejor?

El País, Sábado, 4 de agosto de 2001

La vida a la velocidad de la luz. ¿Estamos mejor?
JEREMY RIFKIN
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Jeremy Rifkin es autor de La era del acceso (Paidós, 2000) y presidente de la Fundación sobre Tendencias Económicas, con sede en Washington DC.

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Todo el mundo se apresura a unirse a la Revolución de la Era de la Información. Todos quieren estar conectados. De hecho, desde hace un tiempo creemos que el único debate que vale la pena sostener en la 'nueva era' es cómo garantizar que todos tengan acceso al mundo del ciberespacio. Ahora empieza a perfilarse una pregunta igualmente importante: ¿es demasiado acceso tan problemático como demasiado poco? ¿Es posible que la revolución de la información y de las telecomunicaciones esté acelerando la actividad humana a un ritmo tan alarmante que nos estemos arriesgando a causar un grave daño a nosotros mismos y a la sociedad?

Dos increíbles experimentos publicados recientemente por la comunidad científica deberían darnos a todos nosotros una razón para detenernos por un momento a pensar adónde nos dirigimos en esta nueva era de conexiones electrónicas mundiales instantáneas. En el primero, dos equipos científicos diferentes asociados con la Universidad de Harvard consiguieron reducir la velocidad de la luz hasta pararla en seco, retenerla en un limbo y permitirle a continuación seguir su camino. La luz viaja a una velocidad de 300.000 kilómetros por segundo y se piensa que es la forma de energía más rápida del universo. Ésta es la primera vez que se ha parado la luz y se ha almacenado temporalmente, y los investigadores esperan que esto conduzca a un nuevo tipo de revolución tecnológica denominada informática cuántica y comunicación cuántica. Las tecnologías cuánticas podrían acelerar enormemente la informática y las comunicaciones en el próximo siglo.

En el segundo experimento, científicos del Instituto de Investigación NEC de Princeton, Nueva Jersey, consiguieron, por primera vez, que un púlsar de luz viajase a varias veces la velocidad de la luz. Aunque los investigadores se apresuraron a señalar que nada con 'masa' puede superar la velocidad de la luz, los científicos creen ahora que un 'púlsar' de luz sí puede. Los físicos que han realizado el experimento esperan que su trabajo conduzca a una gran aceleración de las velocidades de transmisión óptica.

Estos experimentos nos llevan al comienzo de una nueva era en la historia humana: estamos empezando a organizar la vida a 'la velocidad de la luz'. Cada día, se introducen nuevos programas informáticos y tecnologías de la información para comprimir el tiempo, acelerar la actividad y procesar mayores cantidades de información. Vivimos cada vez más en la cultura del nanosegundo.

Los maestros de la tecnología nos habían prometido que el acceso instantáneo haría la vida más cómoda, nos liberaría de tareas innecesarias, aligeraría nuestras cargas y nos concedería más tiempo. Ahora, después de todos los miles de millones de dólares de inversión en las nuevas tecnologías, empieza a aflorar una incómoda pregunta: ¿es posible que las propias maravillas tecnológicas que supuestamente nos iban a liberar hayan empezado, por el contrario, a esclavizarnos en una red de conexiones cada vez más aceleradas de la que no parece haber escapatoria fácil?

Un nuevo término, 24/7 -actividad permanente, 24 horas al día, 7 días a la semana-, ha entrado en el vocabulario en los últimos seis meses y está empezando rápidamente a definir los parámetros de la nueva frontera temporal. Nuestros aparatos de fax, correo electrónico, buzón de voz, ordenadores, agendas electrónicas y teléfonos móviles; nuestros mercados de valores de 24 horas, los servicios instantáneos, las 24 horas, de cajero automático y banca, los servicios de comercio electrónico e investigación que funcionan durante toda la noche, programas informativos y de entretenimiento en televisión las 24 horas, servicios de restaurante, farmacéuticos y de mantenimiento las 24 horas, todos intentando atraer nuestra atención.

Y a pesar de haber creado todo tipo de aparatos para ahorrar esfuerzo y tiempo, y actividades para cubrir las necesidades y los deseos de todos en esta nueva esfera, estamos empezando a tener la sensación de que tenemos menos tiempo para nosotros que cualquier otro humano de la historia. Eso se debe a que lo único que consigue la gran proliferación de servicios para ahorrar esfuerzo y tiempo es aumentar la diversidad, el ritmo y el flujo de actividad comercial y social que nos rodea. Por ejemplo, el correo electrónico resulta muy cómodo. Sólo que ahora nos encontramos con que nos pasamos la mayor parte del día respondiendo frenéticamente a los mensajes que nos enviamos unos a otros. El teléfono móvil ahorra mucho tiempo. Sólo que ahora estamos siempre potencialmente al alcance de cualquiera que desee nuestra atención. En varias ocasiones he oído por casualidad a hombres de negocios que respondían a llamadas de trabajo mientras estaban sentados en un retrete público. ¿Duda alguien de que el tiempo se está convirtiendo rápidamente en el recurso más escaso?

Hoy, nos encontramos insertos en un mundo temporal mucho más complejo e interdependiente, compuesto de redes de relaciones y actividades humanas siempre cambiantes; un mundo en el que cada minuto disponible se convierte en una oportunidad para realizar otra conexión. La máxima de Descartes 'pienso, luego existo' ha sido sustituida por otra nueva: 'Estoy conectado, luego existo'.

¿Qué ocurre cuando nuestras vidas se ven inmersas en relaciones de 24 horas que se mueven a la velocidad de la luz? Los signos que indican nuestra nueva angustia por el tiempo están en todas partes.

Las enfermedades relacionadas con el estrés están aumentando drásticamente en todo el mundo. Según los expertos, buena parte de ello es atribuible a la sobrecarga de información y al agotamiento que experimentan cada vez más personas al sentirse incapaces de soportar el ritmo, el flujo y la densidad de la actividad humana posibilitados por las nuevas tecnologías que avanzan a la velocidad del rayo. En Estados Unidos adquirió proporciones epidémicas en la pasada década. El 43% de todos los adultos sufren efectos adversos para la salud debido al estrés, y se calcula que el estrés en el trabajo cuesta miles de millones de dólares a la economía estadounidense a causa del absentismo, el descenso de la productividad, la rotación de trabajadores y los costes médicos.

Según un informe reciente de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), uno de cada 10 adultos de todo el mundo sufre estrés, depresión y agotamiento. La OIT predice un aumento drástico del estrés al introducirse tecnologías incluso más rápidas y acelerarse la mundialización. Enfermedades relacionadas -como la depresión, las enfermedades coronarias, los derrames cerebrales, el cáncer y la diabetes- están aumentando con tanta rapidez que, según algunos especialistas, el estrés se puede convertir en la principal causa de baja médica de la Era de la Información.

La nueva sociedad de 24/7 y de ritmo acelerado está teniendo otras consecuencias profundas para la vida de las personas. La actividad comercial y social durante las 24 horas ha conducido a un grave descenso del número de horas dedicadas al sueño. En 1910, el adulto medio seguía durmiendo entre 9 y 10 horas diarias; ahora, el adulto medio de los países altamente industrializados duerme menos de siete horas diarias. Esto se traduce en 500 horas más despiertos al año. El problema es que los relojes biológicos humanos están adaptados a la rotación del planeta y a los ritmos temporales diarios, mensuales y estacionales. Estamos biológicamente diseñados para dormir cuando se pone el sol y despertar al amanecer. Una falta masiva de sueño, producida por el nuevo ritmo de vida frenético, se asocia cada vez más a enfermedades graves como la diabetes, el cáncer, los derrames cerebrales y la depresión.

En ningún sitio está teniendo la sociedad a 'la velocidad de la luz' más impacto que en la generación electrónica. A millones de niños (especialmente varones) se les diagnostica en Estados Unidos Alteración Hiperactiva por Déficit de Atención (AHDA), y el fenómeno está comenzando a aparecer en Europa y en otras partes del mundo. Los niños afectados de AHDA se distraen fácilmente, son incapaces de centrar la atención, excesivamente impulsivos, y se frustran fácilmente. ¿Acaso es de extrañar? Si un niño crece en un ambiente rodeado por el rápido ritmo de la televisión, los videojuegos, los ordenadores y la constante estimulación de los medios, y se acostumbra a esperar una gratificación instantánea, tiene muchas posibilidades de que su desarrollo neuronal le condicione a un lapso de atención corto. Si aumentamos el ritmo, nos arriesgamos a aumentar la impaciencia de una generación.

Los conservadores sociales, a su vez, hablan del descenso del civismo, y lo achacan a la pérdida de una brújula moral y de los valores religiosos. ¿Se ha molestado alguien en preguntar si la cultura de la hipervelocidad nos está haciendo a todos más impacientes y menos dispuestos a escuchar y aplazar, a considerar y reflexionar? Ya están comenzando a aparecer nuevos patrones de comportamiento antisocial relacionado con el estrés, y con implicaciones alarmantes. 'Furia en el trabajo', 'furia en la carretera' y 'furia en el aire' se han convertido en parte del léxico popular conforme más y más gente manifiesta su estrés con brotes de violencia en el trabajo, en el coche o incluso en los aviones. En la cultura del clic, clic, no debería sorprendernos el que todos nos inclinemos cada vez más hacia una respuesta violenta.

Quizá debamos preguntarnos qué tipo de 'conexiones' cuentan realmente y qué tipo de 'accesos' importan verdaderamente en la era de la economía electrónica. Si esta nueva revolución tecnológica es sólo cuestión de velocidad e hipereficiencia, podríamos perder algo incluso más precioso que el tiempo: nuestro sentido de lo que significa ser un ser humano bondadoso.

Hasta ahora sólo nos hemos planteado la cuestión de cómo integrar mejor nuestra vida en la nueva revolución tecnológica. Ahora debemos plantearnos una pregunta más profunda: ¿cómo podemos crear una visión social que convierta a estas tecnologías de 'velocidad de la luz' en un poderoso complemento de nuestra vida, sin permitirles que se apoderen de ella?

Epistemología cívica - Antonio Lafuente

La promoción de la cultura científica no puede basarse en el modelo del déficit o, en otros términos, en la convicción de que basta con divulgar contenidos de manera amable o espectacular o insistente.

Los laboratorios son un espacio privilegiado de producción de conocimiento. En su interior existen potentes mecanismos de control destinados a garantizar la fiabilidad de cuanto allí se hace o circula por las redes que los interconectan. Pero no sólo hay ciencia en las instituciones científicas, como tampoco son los centros académicos o de investigación los únicos lugares dónde se produce conocimiento.

En efecto, una sociedad necesita constantemente tomar decisiones que involucran cuestiones en las que los científicos tiene mucho que decir, aún cuando no tengan la última palabra, ni tampoco puedan actuar como si tuvieran el monopolio de la verdad. Y, claro está, se trata de decisiones que deben adoptar la apariencia de ser sensatas, equilibradas, pertinentes, necesarias, aquilatadas, consensuadas y veraces. Producir tales compromisos, así como los procedimientos para lograrlos y luego implementarlos, es crear experiencia, organización, redes y, en definitiva, conocimiento.

La epistemología cívica (civic epistemology) es un concepto acuñado por Sheila Jasanoff que da cuenta del conjunto de normas, procesos e instituciones involucradas en la producción, validación y aplicación del conocimiento a la política. Si hablamos de células madre, semillas transgénicas, anorexia, recursos hídricos, cambio climático, incendios forestales, polinización con abejas o cáncer de mama, es imprescindible escuchar a los científicos del ramo. Pero además de esta voz experta,la práctica cotidiana demuestra que afortunadamente también son escuchados otros actores. No sólo porque son varios lo valores que se quieren defender (rigor, eficacia, competitividad o pluralidad), sino porque son distintas las capacidades que hay defender (derecho a la equidad, derecho a la dignidad o derecho a la libertad).

Gestionar esta cesta de valores y capacidades, implica desarrollar esquemas de credibilidad, estilos de evaluación, formatos de reunión, marcos de comunicación y protocolos de decisión. Todo esto hay que definirlo con una concepto que, como ya hemos dicho, es epistemología cívica. Buscamos un concepto nuevo porque no podemos acercarnos a estas cuestiones como si se tratara de algo que nos viene dado, una práctica de la que se ocupa el estado. Necesitamos problematizarlas, no tanto para seguir escribiendo artículos, como para contribuir a sostener el mundo que habitamos. El concepto entonces es también, como se explica en The Crossing resumiendo una reciente conferencia (escucharla) de Jasanoff en STEPS, una herramienta que nos permite analizar cómo se toman decisiones y cómo se pueden mejorar los procesos.
Hay mucha gente que critica la religión, el ejército y, digamos, el arte. Pero, ¿quién critica la ciencia? ¿Sólo los tecnófobos, los integristas y los charlatanes? La respuesta es no. Esta ha sido la tarea desarrollada en las tres últimas décadas por los estudios de la ciencia: preguntarse cómo funciona la ciencia, cómo trabajan los científicos. El sistema educativo ni se han enterado. En la enseñanza sólo se habla de hechos y muy poco de cómo se logran y cómo influyen en nuestras prácticas culturales y políticas.

Tampoco se aprecia la influencia de los estudios de la ciencia (CTS, ciencia, tecnología y sociedad) en las políticas de comunicación de la ciencia, basadas en las pautas del llamado public understanding of science (comprensión pública de la ciencia). Unas pautas que dan por probado el modelo del déficit, construido alrededor de la convicción de que la ciudadanía sabe poca ciencia y, lo más importante, que cuando sepa más, cuando sea atraída a la cultura de los científicos, acabará aceptando también su manera de ver las cosas. Así, lo que el modelo del déficit moviliza son programas de divulgación, exposiciones maravillosas, actuaciones espectaculares y discursos proselitistas.

El modelo del déficit, ver el excelente informe de DEMOS The Public Value of Science, así como los comentarios de Pielke en Prometheus, ha recibido vigorosas críticas: tiende a ignorar las diferencias culturales, minimizar la capacidad de intervención ciudadana, privilegiar el papel de los especialistas, desdeñar los enfoques generales y volatilizar la experiencia histórica. Los partidarios de la cultura de la divulgación no se han enterado de que es muy probable que la gente quiera saber más sobre cómo se asignan los recursos de investigación, cómo se deciden los estándares que fijan la calidad del aire o que hacen saltar las señales de alarma que nos avisan de graves inestabilidades en el sistema financiero, de riesgo de enfermedades contagiosas o de las insistentes amenazas de sustancias cancerígenas. La gente quiere saber quién fue Einstein, qué es un gen o cuánto le debemos Cajal, pero también aspira a conocer cómo se determina la calidad de lo que comemos, en qué no afecta la degradación del medioambiente y por qué hay tanta gente que discutía hasta antes de ayer la naturaleza androgénica del cambio climático.
La epistemología cívica, como explica Clark A. Miller, nos convoca a otras políticas. Los estudios de Jasanoff, entre otros, muestran que la forma en la que se afrontan estas problemáticas cambia mucho de unos países a otros. Lo que es tanto como decir que no hay una sola manera de hacer las cosas y que la cultura política de cada país genera diferentes maneras de abordar asuntos tan delicados. En su estudio Designs of Nature (reseña en Nature) sobre las diferencias en el tratamiento de los transgénicos en Alemania, Reino Unido y Estados Unidos quedaron muchas cosas claras como, por ejemplo, la imposibilidad de separar ciencia y política. Pero hay más.

Hay tres conclusiones que vienen al caso de lo que estamos diciendo. La primera tiene que ver con que en la sociedad del conocimiento las noción medular de democracia se oscurece dramáticamente si los ciudadanos son apartados de las políticas de ciencia y tecnología. Por otra parte, entramos ya en la segunda conclusión, es obvio que hacer política sobre la vida (OGM, células madre, transplantes, tecnologías reproductivas, residuos, nuevas enfermedades o fertilizantes y depresión) obliga a inventar un nuevo estatuto de ciudadanía y, en consecuencia, a reiventar lo que entendemos por nación. Y, ya en tercer lugar, que la cultura científica no tiene que ver con lo exótico, lo maravilloso, lo heroico, lo genial o lo “otro”, sino más bien con la habilidad para dotar a los ciudadanos de las capacidades para evaluar asuntos científicos.
Y, en esta línea, vale la pena recordarle a los científicos, los gestores y los políticos que las dudas de la gente, así como sus críticas e intromisiones, no necesariamente tiene que ser fruto de la ignorancia, los prejuicios o la inconciencia, sino probablemente de su distinta manera de entender la política o de gestionar los asuntos públicos.