lunes, 20 de agosto de 2007

el giro amateur

Se ha puesto de moda decir que Internet es la tumba donde pronto yacerá nuestra cultura y civilización. Quienes se atreven con condenas de tan grueso calibre, se adornan con los atributos que distinguen a la gente seria y sensible y afirman estar aburridos por la chabacanería que circula por las redes. El problema es que no entienden el descentramiento del mundo al que asistimos.

En la web 2.0 se abarata y simplifica al máximo la tarea de escribir, editar y publicar. Así, cualquiera puede abrir un blog y convertirse en autor y crítico. En algunos casos, los blogueros pueden alcanzar enorme popularidad y hasta mucho dinero si admiten publicidad en la columna derecha de su escaparate en la web. Popularidad y autoridad no son lo mismo, como sabe cualquiera que coteje las listas de libros más vendidos y las compare con los títulos que son reseñados en los suplementos literarios de la prensa diaria. La popularidad es fabricada por las agencias de marketing y las empresas de comunicación, mientras que la autoridad se construye en las instituciones públicas. Pero este esquemilla parece estar haciendo aguas por todas partes y no cabe duda de que internet está contribuyendo a que una y otra se confundan.


Hay mucha gente que ve en esta deriva una amenaza para nuestra forma de entender la vida pública. Todos los día sale alguien en defensa de los expertos, los canon, las jerarquías, los estándares, los tribunales y las cátedras, siempre argumentando que necesitamos crear referencias, veracidad, orden, excelencia y, en una palabra, virtud. No hay medias tintas: la cultura de los amateur y su reinado en la red es calificada de mediocre, falaz, ordinario e insidioso. La blogosfera es desdeñada como un mundo habitado por voyeur, narcisistas y gentes que aprenden a fisgonear en silencio.

El penúltimo en salir a la palestra ha sido Andrew Keen, quien acaba de publicar un libro rabioso que resume todos lo prejuicios mencionados con el título The Cult of the Amateur: How Today's Internet is Killing our Culture and assaulting our Economy. No se hace ningún aprecio del proceso que convierte a los clientes en usuarios y que está modificando la estructura del mercado y de las instituciones, favoreciendo unas relaciones más horizontales entre los dos lados de cualquier transacción, ya sea mercantil, ya sea simbólica. Todo eso de la sabiduría de las multitudes o de la larga cola le parecen zarandajas. Para Keen cada vez que alguien consulta la Wikipedia está amenazando el negocio tradicional de la información. De la misma manera, la crítica de libros o el comentario político está dejando sin empleo a los profesionales del ramo y acabarán arruinando el noble oficio del periodismo.

Lo de la música y la cultura P2P le pone de los nervios y no ahorra acusaciones contra todas esas nuevas prácticas (intercambiar canciones o películas bajadas de la red) que están poniendo en peligro la supervivencia de las grandes productoras de contenidos, desde la Enciclopedia Británica a la industria de Hollywood. Google es calificada de parásito, pues sus beneficios en 2005 de 1,5 billones (españoles) de dólares los obtuvo, a juicio de Keen, sin crear nada. Wikipedia es la sima del caos, una empresa donde gentes sin credenciales escriben lo que quieren sin control ninguno. Lessig, el inventor de las licencias Creative Commons, es presentado como si fuera una peligrosa hibris entre el rudo Stalin y la cándida Alicia.

Quienes vengan leyendo este blog, aunque sea ocasionalmente, saben que estoy en las antípodas de Keen. Su libro adopta la retórica característica de los expertos (rigor, suficiencia, autoridad), pero lo cierto es que está publicado en una editorial menor y que su contenido está lleno de errores (¿dónde se quedó el peer review que tanto defiende?) que Lessig ha criticado, abriendo incluso una wiki, The Keen Reader, para que cualquiera pueda agregar nuevos fallos y críticas al contenido. Lo más sorprendente de la posición de Keen es su desconocimiento de cómo funciona la economía, incluyendo un sorprendente desdén hacia la noción de eficacia (Google, Amazon, eBay y Wikipedia, por ejemplo, serían empresas que ofrecen los mismos servicios que otras organizaciones previas, pero más barato, más rápido y, en definitiva, más eficientemente). Tampoco es un fallo menor haber ocultado numerosos estudios -publicados en revistas prestigiosas, como la propia Nature- que prueban que la calidad media de las entradas en Wikipedia es comparable, si no mejor, que la ofrecida por la Enciclopedia Británica.

Podríamos seguir por esta vía, pero no hacen falta más argumentos para cuestionar esta especie de añoranza de la cultura de elite, de sus creadores y de sus consumidores. Ya hemos comentado otras veces la enormemente difícil que están teniendo las industrias de la cultura para adaptarse a las nuevas tecnologías. Si se quiere atacar internet y todo lo que representa la web 2.0, no es difícil encontrar aliados entre escritores, intelectuales o artistas, y mucho menos entre los editores, los productores, los distribuidores y los gestores de derechos. En conjunto se trata de una constelación de colectivos que siguen venerando la creencia en que la cultura surge en la intimidad de algún cerebro genial y, con una idea tan simple y anticuada, tienen engatusados a ministros, profesores y, lo peor de todo, a ese ejército de creadores anónimos y no mediáticos (la inmensa mayoría) que nunca podrían vivir de la supuesta protección que otorgan las leyes de la propiedad intelectual.

Decimos esto porque Keen milita en las filas de los que creen que la cultura de pago es mejor que la gratuita y por eso nunca merecerán su confianza iniciativas como Creative Commons, un instrumento jurídico que permite a los creadores que lo deseen ceder al dominio publico todos o una parte de los derechos que las leyes del copyright le reconocen. Pero Keen no es más que la punta de un iceberg. Hace unas semanas, The Atlanta Journal Constitution decidió cancelar la sección de crítica de libros dado que la gente parecía más proclive a dejarse orientar por lo que encontraba en la red que por lo que decían sus críticos (profesionales).

Llovía sobre mojado, explica Art Winslow en The Huffington Post, porque son muchos los periódicos (Los Angeles Times, San Francisco Chronicle y Chicago Tribune, entre otros) que están revisando su estructura y suprimiendo o reduciendo la extensión de las secciones tradicionales. La reacción no se hizo esperar y el National Book Critics Circle, la organización que agrupa a los críticos profesionales, comenzó a publicar un blog Critical Mass y promover una campaña en defensa de la crítica de libros. Se han escuchado muchas opiniones y la mayoría convergen en la convicción de que la desaparición de la crítica profesional (no la que es comprada por las editoriales, ni la que es superficial o meramente laudatoria) pone en peligro la supervivencia misma de la literatura. Los propios escritores quedarán perdidos en el océano de la información miscelánea. La cultura entonces será un erial: bits de cualquier cosa, quedando libre todo el camino para que las grandes corporaciones editoriales imponga su ley de hierro.

El debate sigue vivo y todos los críticos (muchos de ellos, escritores de culto) están aportando su grano de arena a este descentramiento que, al parecer, les pilló por sorpresa. Y, de nuevo, como hizo Keen, se habla de la necesidad de estándares o referencias y se pide encarecidamente la existencia de gentes capaces de establecer conexiones entre lo que se escribe y lo que pasa, sensibles al pulso de los tiempos, expertos en establecer diagnósticos afinados. Y sí, se aboga por impedir que la cultura de elite sea arrasada por ese tsunami (la revolución amateur) que, según explicó Richard Schickel en Los Angeles Times, conforman el matrimonio entre la ignorancia y la vanidad que es Internet. El mensaje está claro: sin críticos no hay literatura y sin expertos no hay civilidad.

Hay posiciones para todos los gustos. Conforma avanza el debate parecen claras un par de ideas: primero, que hay que distinguir entre críticos y reseñistas, pues los segundos no gozan de mucho crédito, ya sea porque solo escriben para agradar a sus jefes, ya sea porque les falta verdadera voluntad de sostener el mundo contra la vulgaridad imperante. Esta es la idea que defendió Cynthia Ozick en Harper's, un texto muy comentado y que admitía la urgencia de extender el desdén que se aplica a los críticos espontáneos de la red, los amateurs, a la mayoría de los reseñistas de prensa pues, como se explica en Conversational Reading y en The Art of Fiction, cada vez quedan menos críticos capaces de hacer bien su tarea.

La segunda idea que flota en ambiente, resumida tiene que ver con la necesidad de inventar (si es que no existe ya) una forma compartida de presentar las ideas, esta al menos es la tesis que sostienen Sven Birkerts en Lost in the blogosphere. Es verdad que los blogs son un espacio para la provocación, un ámbito demasiado experimental y fluido, donde la divergencia y la controversia son amparadas por la tecnología que los sostiene. Es verdad también que el blog medio no resiste el análisis más exigente, pero esto ocurriría con cualquier otra actividad humana. La excelencia es rara avis. Sin embargo, hay muchos blogs de crítica literaria que son excelentes. Negar esta realidad es tan absurdo como reaccionario. Quien quiera comprobarlo puede acudir, entre otros, a los muy elogiados The Elegant Variation, Bookslut, Maud Newton, Beatrice y Sintax of Things.

Internet ha cambiado para siempre lo que entendemos por cultura. La disolución de las fronteras estrictas entre saber experto y saber profano, unida a la proliferación de nuevos espacios de interacción social y de producción de autoridad, está modificando los valores que sostienen los intercambios sociales, económicos y políticos. Los nostálgicos de lo antiguo, lo vertical, lo normalizado y lo impreso tendrán que adoptar un gesto menos reactivo y, desde luego, yerran quienes quieren hacerle a Internet un juicio sumario por los muchos errores que contiene. Tal actitud es disparatada y extravagante. A nadie se le ocurre decir que es un parásito social la empresa que produce las guías de teléfonos, como tampoco que habría que expurgar de la Biblioteca Nacional todos los libros que contienen afirmaciones erróneas.

Decir que nuestro mundo, o la literatura, exigen un centro al que referir los gustos, donde contrastar los datos y para filtrar las opiniones, es una idea tan desconcertante como inocente. El giro amateur en la cultura, coincidente con el giro ciudadano en política, es una de las muchas maneras de describir el proceso que hará que la política y la cultura dejen de ser un negocio controlado por unos cuantos familias aferradas a un mundo de clientes y votantes.
15:15 | gestionado por Antonio Lafuente

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